06/03/2020

El 8 de marzo y las luchas feministas

Mujer de perfil gritando.
Diana Gómez Correal, profesora del CIDER
@DianaMGomezC

El 8 de marzo hace parte de diversas conmemoraciones del movimiento de mujeres y feminista que da cuenta tanto de las violencias que hemos experimentado las mujeres como de las luchas emprendidas a lo largo de la historia.

Días como el 8 de marzo, en el que se reivindica a las mujeres trabajadoras y sus derechos, deben permitir reconocer los invaluables aportes de los feminismos a la vida de las mujeres y al conjunto de la humanidad.

Los feminismos han develado la existencia de la opresión de las mujeres y de otros colectivos que han sido feminizados. Nos han permitido ver que su subordinación y exclusión no es un asunto de la naturaleza, como aún los sectores ultra conservadores plantean, sino que por el contrario es resultado de la historia y la voluntad humana. En ese sentido, son realidades modificables. De allí que el feminismo sea una apuesta por el cambio social.

De ese cambio hacen parte distintas conquistas de las que hoy gozamos en forma de derechos. Sin la lucha de las mujeres y los feminismos, hoy no podríamos ejercer el carácter de ciudadanas y por tanto votar o ser elegidas; tampoco podríamos acceder a la educación superior, ejercer cargos públicos, ser profesoras, repudiar y castigar la violencia, e imaginar futuros lejanos de los estereotipos de género asignados a las mujeres.

En el estudio de la opresión, discriminación y exclusión experimentada por las mujeres a lo largo de la historia, los feminismos han propuesto diversas categorías de análisis (patriarcado, sistema de género moderno/colonial, hetero-normatividad, género, cuidado, entre muchas otras); así como perspectivas teóricas y metodológicas como la interseccionalidad que son vitales para comprender la realidad actual.

Todo este bagaje epistemológico ha permitido identificar al patriarcado, la hetero-normatividad, el género y el sistema de género moderno/colonial como estructuras y relaciones de poder en las que los sujetos feminizados ocupan un lugar de inferioridad.

Estas estructuras no hubiesen sido posibles sin el uso de la violencia y el control de los cuerpos feminizados por parte de las masculinidades hegemónicas. Esto último ha incluido prácticas como la esclavización, el control de la sexualidad y la capacidad reproductiva de las mujeres, e incluso la subvaloración de su rol en la reproducción.

Esto explica porque aún en el siglo XXI el Estado, las iglesias y todo representante del conservadurismo, buscan legislar sobre el cuerpo de las mujeres al situarlas como mero recipiente en el que tiene lugar la vida, desconociendo su autonomía y bienestar físico y emocional.
Los estudios de género y feministas promueven cambios culturales que impactan a todos los seres humanos.
Diana Gómez
Profesora
Los diversos aportes de los feminismos y las luchas de las mujeres hacen incomprensible que en el presente sigan circulando estereotipos e ideas erróneas que incluyen equiparar el feminismo con el machismo; nombrar a las feministas como machorros, bigotudas y feminazis; considerar que el feminismo solo beneficia a las mujeres, y que el género es un campo de estudio neutro y más incluyente de los hombres.

Sobre esto es necesario puntualizar que, a diferencia del machismo y el nazismo, el feminismo no apela ni a la violencia ni a la eliminación y subordinación de la diferencia; y que el género como campo de estudio y categoría de análisis emerge y se nutre de las reflexiones feministas.

El género es una herramienta con capacidad descriptiva, analítica y transformadora que devela el poder desigual existente entre hombres y mujeres.
 
Los estudios de género y feministas promueven cambios culturales que impactan a todos los seres humanos. Ambos reconocen que el patriarcado y la hetero-normatividad no solo afectan a las mujeres de manera negativa, sino que lo propio, en escalas y dimensiones diferentes, hacen con los hombres al situarlos en un lugar que, si bien en relación con las mujeres es de privilegio en términos de las relaciones de género, también limita su libertad.

Otro aporte de transcendencia que han hecho algunos feminismos, en particular los del sur global, y que es necesario resaltar en el siglo XXI, es el reconocimiento de las mujeres como sujeto plural cruzado por diferencias y desigualdades.

Esto significa que la discriminación y la exclusión no se viven de la misma manera por todas las mujeres pues el patriarcado no es la única estructura de dominación que produce opresiones, también están presentes otras como el capitalismo y el colonialismo.

Por eso incluso contiene su complejidad conmemorar el 8 de marzo cuando muchas mujeres no tienen acceso a un trabajo y un salario digno, otras tantas viven en la informalidad, y su aporte cotidiano al trabajo y la economía desde el cuidado no es reconocido ni por su familia, ni por el Estado ni por la sociedad.
 
Dos mujeres de perfil con el símbolo de mujer dibujado en una mejilla
 
Dada esta realidad, los caminos y las aspiraciones de transformación tampoco son idénticas en todas las mujeres. Algunos feminismos han puesto en el centro de su proyecto de transformación el derecho a la igualdad y las aproximaciones liberales del cambio, de forma tal que su aspiración terminó por convertirse en alcanzar los derechos y el status de un sujeto masculino universal y abstracto del cual no se conoce de manera clara su lugar en la jerarquía social.

Allí, la incorporación de la perspectiva de género y/o de los derechos de las mujeres en distintos ámbitos de la sociedad corre el riesgo de mantener las desigualdades y reproducir la visión dominante de la sociedad.

Ejemplo de esto son las recientes declaraciones de la vicepresidenta Martha Lucía Ramírez, quien considera que la aspiración de derechos de las mujeres es la de parecerse a los hombres “exitosos” en los ámbitos laborales.

Ramírez planteó que hay demasiadas mujeres estudiando y practicando la psicología y sociología, desdeñando el importante papel de disciplinas que son consideradas femeninas e invitando a las mujeres a reproducir la idea de éxito neoliberal: la acumulación de capital sin cuestionar como esa meta económica reproduce las desigualdades sociales entre mujeres, y entre éstas y hombres de distintas clases sociales.

La vicepresidenta tampoco se detiene a pensar como ese designio pone una fuerte carga en las mujeres: reproducir los roles, las lógicas y las prácticas masculinas dominantes en el trabajo para constituirse en seres exitosos.

Éxito que destruye la potencia transformadora de varios feminismos, sobre todo de aquellos que anhelan una sociedad otra en todos los ámbitos de la vida, incluida la familia, el trabajo, la política, la economía, la cultura y la academia.

Vale la pena en torno al 8 de marzo reflexionar que en nombre de los derechos de las mujeres no podemos sucumbir a la construcción de un sujeto exitoso pero individualista y/o vacío que se valora según distintas métricas (número de hijos, salario, votos, medidas del cuerpo, ranking, likes, citas, cantidad de tareas que realiza).

Aún menos cuando ese sujeto, que es hoy el que tiene derecho a existir en condiciones de dignidad y ser reconocido, deja por fuera a quienes viven en condiciones precarias y se resisten a la lógica dominante.
 
Imagen de un grupo de mujeres en una marcha feminista

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