01/10/2020

Juliana Giraldo: reacciones y usos de las violencias

Marcha de la familia de Juliana Girado, mujer trans asesinada en el sur de Colombia.
Por José Fernando Serrano A.*
Profesor del Departamento de Lenguas y Cultura

Las reacciones en medios de comunicación y algunos sectores políticos al asesinato de Juliana Giraldo revelan lo poco que ha cambiado la sociedad colombiana en el manejo de violencias relacionadas directa o indirectamente con temas de orientación sexual o identidad de género. Está por determinar si la identidad de género de Juliana tuvo que ver con su muerte y para ello la Fiscalía General de la Nación delegó un experto en el tema. Aun así, su identidad de género ha estado en el centro del tema, bien por ser negada y estereotipada o bien por ser usada políticamente.

En medio de estos ejemplos de cómo se sigue instrumentalizando la identidad de género o la orientación sexual para deshumanizar a las víctimas, se han reportado también algunos esfuerzos para dignificar la vida perdida.

El hecho sucede días después de las movilizaciones por la muerte de Javier Ordoñez en un caso de brutalidad policial y en medio de fuertes debates sobre el manejo de la protesta social. Tal vez en otro momento lo sucedido a Juliana Giraldo hubiera quedado sepultado en la variedad de noticias provenientes de una zona afectada históricamente por multiplicidad de violencias o en el reporte escabroso que ha caracterizado por décadas la forma de contar los crímenes contra mujeres y hombres trans, mujeres lesbianas y hombres homosexuales.

Desde algunos activismos se ha señalado que sin embargo, una y otra muerte no ha generado las mismas reacciones sociales. Está también por analizar si la presencia de temas de género, sexualidad y distancia regional, entre otros factores, han llevado a tal diferencia.

Las reacciones han variado desde el estereotipo discriminatorio habitual, a usos políticos más explícitos. Reportes inmediatos en portales noticiosos como lafm.com.co mencionaron el nombre registrado en la cédula de Juliana, explotando un dato tal vez innecesario para fines sensacionalistas. Ante la reacción en redes sociales, rápidamente se cambió la mención, señalando que se trataba de una mujer trans, “parte de la población LGBTI”. Si bien se trata de un cambio, tal idea de excepcionalidad pretende dar cuenta de todo lo que la persona es al incluirla en cierta comunidad imaginada.

Días después, en el conversatorio del Centro Democrático “#sonheroesnosonvillanos” el exministro Fernando Londoño describió el hecho como “...muere un ciudadano, una ciudadana, vaya uno a saber lo que es, y el escándalo que se arma”. Dos acciones en paralelo que deshumanizan a la víctima ubicándola en un no-ser y la usan para crear una jerarquía de muertes.

Este uso político para otras agendas de la violencia sexualizada y generizada, había sido ya sugerido el trino del expresidente y exsenador Álvaro Uribe días después de la muerte de Juliana al mencionar cómo se dan “errores fatales” resultado de la “inseguridad psicológica” en las fuerzas armadas causada por el gobierno anterior. Continuación de ejercicios de invisibilización y visibilización estratégica que se había ya dado antes cuando el mismo partido utilizó la “ideología de género” para desinformar y causar pánicos morales con respecto al plebiscito sobre el acuerdo de paz firmado entre el Gobierno y las Farc-Ep.
 
Dos asuntos más, ocuparon la atención mediática: las emotivas declaraciones del compañero de Juliana y el encuentro entre su hermana y la madre del soldado que disparó. Lo primero quedó registrado en el video que denunció lo sucedido y fue reiterado en sucesivas entrevistas, recordando que se trataba de una pareja intentando hacerse una vida propia.

Lo segundo, por una parte, recuerda las formas en que las comunidades y en particular las mujeres, han enfrentado y tramitado con sus medios, unos sufrimientos que se superponen y en los cuales, la distancia entre víctima y victimario es a veces la misma que hay entre vecinas de una misma comunidad. Por otra, el que el encuentro haya sido facilitado por un militar y sucedido en la sede de la Tercera División del Ejército, hace pensar en el sentido reconciliatorio del acto y para quienes era realmente.

Un acto micro con cierto valor que contrasta con inoperancia a nivel macro del gobierno nacional para promover una política nacional que al menos envíe un mensaje sancionatorio sobre las violencias por orientación sexual o identidad de género y que ha cerrado las posibilidades a cualquier ejercicio de pedagogía social y educación pública al respecto.

En medio de esto, otros datos llamaron menos la atención mediática: las referencias a cómo Juliana y su compañero se instalaron en una comunidad con su propia diversidad y complejidad; el dolor de la familia que la acogió; los proyectos de vida truncados en un hecho que ojalá sí tenga las siempre mencionadas y poco cumplidas “investigaciones exhaustivas”; la comunidad indígena que reaccionó rápidamente para ayudar y acordonar el lugar.

Historias que nos recuerdan cómo unas violencias se continúan, actualizan y acumulan exponencialmente en ciertos contextos y las luchas por la dignidad que se dan en la vida cotidiana y el silencio de las comunidades.


*Autor de Homophobic Violence in Armed Conflict and Political Transition,
(Palgrave-Macmillan, 2018)

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