
La encrucijada de las empleadas domésticas durante el confinamiento
30/04/2020
Por: Andrea Cárdenas-Espinosa y Friederike Fleischer,
Departamento de Antropología, Facultad de Ciencias Sociales
Departamento de Antropología, Facultad de Ciencias Sociales
Como es de amplio conocimiento, las empleadas domésticas están entre las personas que más se movilizan en las ciudades colombianas.
En Bogotá, por la alta estratificación socioeconómica y espacial, las mujeres que trabajan en este sector atraviesan la ciudad con frecuencia, desde los barrios de estratos 1, 2 y 3 donde reside gran parte de la fuerza laboral de la ciudad. Por lo mismo, aún en cuarentena, el servicio de transporte público continúa atiborrado en horas pico, lo que implica un alto riesgo de contagio para los sectores populares.
Una modesta ventaja para las empleadas domésticas es que se han librado de exponerse a esta situación, pues deben asumir el confinamiento obligatorio. Sin embargo, la feminización del trabajo doméstico hace que sean las mujeres quienes asumen las labores del hogar y de cuidado, lo que en cuarentena les representa mayor gasto de su tiempo, entre dos y tres horas diarias adicionales, aun cuando hay más personas en casa (Cruz, 2020).
Igualmente, las mujeres se hacen responsables de las compras y, como es evidente, este tipo de movilidad implica mayores riesgos de contagio. A todo esto, se suma el incremento de la violencia intrafamiliar durante la cuarentena, siendo las mujeres las mayores afectadas.
Por otro lado, el pago por días en este tipo de trabajo hace que estas mujeres no reciban ingresos durante el confinamiento, lo cual precariza aún más sus condiciones. En este panorama, la mayoría de ellas reciben el apoyo de sus familiares más cercanos, pues no cuentan con ahorros o apoyo del Estado.
Por ejemplo, Rocío[1] (58 años) está viviendo la cuarentena con sus hijos, ya mayores de edad. Por fortuna, dice ella, su casa es de propiedad familiar y recibe arriendos de dos apartamentos que se encuentran en la misma casa.
Así mismo, dos de sus hijos cuentan con contratación laboral estable y son ellos quienes han estado contribuyendo con los gastos durante los días de aislamiento. Rocío tiene un semblante de tranquilidad, aunque reconoce que está temerosa por los riesgos a su salud y a la de los suyos, se siente responsable de higienizar la casa y todo lo que entra en ella. Además de la limpieza, se encarga de realizar las compras y de preparar los alimentos.
Por otra parte, Leidy (56 años) vive con su esposo. Como no ha podido trabajar en las casas de familia no tiene ingresos. Además, su esposo está enfermo de la columna y tampoco ha podido contribuir con los gastos de la casa. Leidy también se vale del reciclaje para sostenerse económicamente; sin embargo, por razones de autocuidado, no ha salido a realizar esta actividad.

Foto: Felipe Cazares


Sus hijos, también recicladores, le han aportado algo de mercado y ayuda para pagar servicios públicos. Leidy manifiesta que ha intentado conseguir ayudas del gobierno, de fundaciones y con la Junta de Acción Comunal, pero esto no ha dado resultado. Ella le ha pedido a los dueños de las tiendas cercanas que le regalen los víveres que no se alcanzan a vender y que están próximos a dañarse, luego los distribuye entre los miembros de su familia.
Por último, está Yohana (35 años) que vive con sus tres hijos menores de edad. Cuando inició la cuarentena, sus jefes le pagaron, aunque ella no pudiera ir a trabajar. “Se trató de un gesto de solidaridad”, dice ella. Adicionalmente, su primo le ayuda con el pago del arriendo y de los servicios públicos.
Estas tres experiencias muestran las consecuencias de la precarización laboral de las empleadas domésticas fundamentada en la desvalorización económica y simbólica de este tipo de trabajo.
Lea AQUÍ: Se necesitan políticas económicas más audaces.
En tiempos de “normalidad” las condiciones materiales son difíciles para estas mujeres y sus familias, pues viven al día. Ahora, en confinamiento obligatorio y con el miedo al virus, el hambre acecha y hay temor por el difícil acceso al sistema de salud en caso de contagio.
Así las cosas, es innegable la falta de seguridad social y protección que, se supone, debe garantizar el Estado social de derecho colombiano; son sus redes de apoyo (hijos, padres, primos, pareja) las que ayudan a paliar sus necesidades.
A pesar de esto, hay preocupación por la extensión y la radicalización de las medidas de contingencia porque se sabe que dicha situación puede llevar a una crisis económica muy importante para familias enteras. Este panorama producto de la dominación de clase se comparte con muchos otros trabajadores que hoy se toman las calles pidiendo una renta básica para sobrellevar la cuarentena.
Al mismo tiempo, la feminización y desvalorización del cuidado y del trabajo doméstico (remunerado o no) encarna uno de los flagelos que el patriarcado inflige a las mujeres independientemente de su clase social, lo que genera una carga física y emocional que se agudiza en esta época porque las mujeres deben responder por el cuidado de sus familiares la mayor parte del tiempo.
Finalmente, la pandemia agrava las relaciones de dominación de clase y de género que sufren las empleadas domésticas y demuestra que el estado social de derecho ha quedado en letra muerta, en su lugar se ha asentado la racionalidad economicista y patriarcal. Frente a esta vulnerabilidad estructural que se agudiza en tiempos de Covid-19, las mujeres empleadas domésticas quedan en la encrucijada entre sobrecarga de trabajo y cuidado, contagio, hambre y violencia.
**
[1] Los nombres reales han sido cambiados para proteger la privacidad de nuestras entrevistadas.
REFERENCIAS
Cruz, C. (17 de Abril de 2020). BLU radio. Obtenido de www.bluradio.com
La Universidad de los Andes desarrolla este artículo respondiendo a la coyuntura por la pandemia de COVID-19. Tenga en cuenta la fecha de publicación para entender el contexto de su contenido. No olvide consultar los análisis mas recientes sobre COVID-19 en nuestro especial.
Por último, está Yohana (35 años) que vive con sus tres hijos menores de edad. Cuando inició la cuarentena, sus jefes le pagaron, aunque ella no pudiera ir a trabajar. “Se trató de un gesto de solidaridad”, dice ella. Adicionalmente, su primo le ayuda con el pago del arriendo y de los servicios públicos.
Estas tres experiencias muestran las consecuencias de la precarización laboral de las empleadas domésticas fundamentada en la desvalorización económica y simbólica de este tipo de trabajo.
Lea AQUÍ: Se necesitan políticas económicas más audaces.
En tiempos de “normalidad” las condiciones materiales son difíciles para estas mujeres y sus familias, pues viven al día. Ahora, en confinamiento obligatorio y con el miedo al virus, el hambre acecha y hay temor por el difícil acceso al sistema de salud en caso de contagio.
Así las cosas, es innegable la falta de seguridad social y protección que, se supone, debe garantizar el Estado social de derecho colombiano; son sus redes de apoyo (hijos, padres, primos, pareja) las que ayudan a paliar sus necesidades.
A pesar de esto, hay preocupación por la extensión y la radicalización de las medidas de contingencia porque se sabe que dicha situación puede llevar a una crisis económica muy importante para familias enteras. Este panorama producto de la dominación de clase se comparte con muchos otros trabajadores que hoy se toman las calles pidiendo una renta básica para sobrellevar la cuarentena.
Al mismo tiempo, la feminización y desvalorización del cuidado y del trabajo doméstico (remunerado o no) encarna uno de los flagelos que el patriarcado inflige a las mujeres independientemente de su clase social, lo que genera una carga física y emocional que se agudiza en esta época porque las mujeres deben responder por el cuidado de sus familiares la mayor parte del tiempo.
Finalmente, la pandemia agrava las relaciones de dominación de clase y de género que sufren las empleadas domésticas y demuestra que el estado social de derecho ha quedado en letra muerta, en su lugar se ha asentado la racionalidad economicista y patriarcal. Frente a esta vulnerabilidad estructural que se agudiza en tiempos de Covid-19, las mujeres empleadas domésticas quedan en la encrucijada entre sobrecarga de trabajo y cuidado, contagio, hambre y violencia.
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[1] Los nombres reales han sido cambiados para proteger la privacidad de nuestras entrevistadas.
REFERENCIAS
Cruz, C. (17 de Abril de 2020). BLU radio. Obtenido de www.bluradio.com
La Universidad de los Andes desarrolla este artículo respondiendo a la coyuntura por la pandemia de COVID-19. Tenga en cuenta la fecha de publicación para entender el contexto de su contenido. No olvide consultar los análisis mas recientes sobre COVID-19 en nuestro especial.


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