Todos los días Nacho se levanta a las 2:30 de la mañana para ir a trabajar. Toma el primer bus desde Soacha Compartir, en el sur de Bogotá, hasta Paloquemao y de ahí otro que lo sube al eje ambiental, en el centro, donde está la Universidad de los Andes, a la que ha estado vinculado desde los años 80, en diferentes cargos. 

A esa hora de la madrugada la Universidad no ha abierto, por eso hace primero una parada. “Llego hasta la esquina de la panadería de la señora Blanca. Le golpeo y ella formalmente me abre a esa hora. Ahí me puedo tomar un caldo o un chocolate”, cuenta Jesús Ignacio Sánchez, que en junio de 2024 se jubiló.  

A eso de las 5:15, hace el reporte de ingreso a la Universidad y va a su lugar de trabajo en la sala Tairona. Le gusta tener todo listo para cuando lleguen los primeros estudiantes a las 6:00 a.m. Su horario es cronometrado, por eso recuerda que el profesor Hugo Fazio, de la Facultad de Ciencias Sociales, decía que quien abría la Universidad no eran los vigilantes, sino Nacho

Nacho tiene 62 años y ha sido testigo de muchos momentos históricos y curiosos en la institución.


El último cargo de Ignacio en la Universidad fue como auxiliar de Servicios al Aula. Foto: Daniel Álvarez.
 

Sirviendo en varios frentes 


Jesús Ignacio Sánchez, o Nachito, dice ser un cachaco con todos los pergaminos. “Me podrán ver todos los días encorbatado y con paraguas”, dice, Y a eso hay que agregarle su chaleco estilo fotógrafo y su pelo engominado. 

El profesor Mauricio Nieto, del Departamento de Historia, lo describe como "un caballero, un hombre siempre gentil, amable, eficiente. Un empleado de lujo de esta Universidad”. 

Fue papá a los 18 años. Así que le tocó ponerse a buscar trabajo. Antes de llegar a Los Andes, empezó en una estación de gasolina y luego como vigilante de una tienda de confecciones deportivas. 

En eso se le fueron unos siete meses, hasta que le ofrecieron un mejor trabajo como mensajero en Aexandes, lo que hoy es la asociación de egresados, Uniandinos. Aunque no estaba vinculado contractualmente con la Universidad, ya comenzaba a vérsele recorriendo el campus

Muchos de los amigos en la Universidad los hizo jugando al fútbol. Foto: archivo personal.


El primer cargo en Los Andes fue en el Instituto de Genética, donde recuerda, entre risas, el regaño que le dio uno de los científicos que trabajaba en el laboratorio por llenarle mucho la taza de café. No es que no le gustara la bebida, sino que quería que Nacho le dejara medio pocillo vacío para poder llenar la otra mitad de brandy. 

Con mucha propiedad, dice que en aquel laboratorio trabajaban con la Drosophila melanogaster o mosca de la fruta, la que tenía que preparar para las diferentes pruebas que hacían. 

De allí pasó por unidades como Admisiones y Registro, la Oficina de Personal, Archivo Institucional, donde, dice, había montañas de cajas en las que tenían que depurar incluso de tiras cómicas de Benitin y Eneas; luego pasó por la Facultad de Administración y por la Rectoría, donde fue mensajero por 25 años. 

Después llegó a un lugar donde había soñado trabajar: el Auditorio Lleras. Allí hizo parte del equipo de audiovisuales por 10 años y vivió todo tipo de eventos. 


 

"Se desprendieron las lámparas" 


Enumera entusiasmado cada evento en el auditorio: clases, obras de teatro, cine, conciertos, grados, simposios... bueno, infinidad de cosas. De todas esas recuerda el concierto de un grupo francés, el cual, a la hora del inicio del concierto, estaba en el aeropuerto de Armenia. 

Un vuelo los había llevado al eje cafetero y el público los esperaba ansioso en el auditorio. Se les anunció la situación a los asistentes, pero no les importó y decidieron esperar. El concierto se retrasó dos horas. 

Al llegar los músicos, hicieron pruebas rápidas y comenzó.  

Nacho recuerda que el audio estaba muy fuerte y los ingenieros de sonido de la agrupación no lo corrigieron. La vibración  era tan fuerte que empezaron a caerse algunas lámparas colgadas de las paredes del auditorio. Algunas personas salieron afectadas, pero eso no les impidió seguir disfrutando. El concierto terminó más allá de la media noche y Nacho tuvo que dejar listo el auditorio para una clase de Historia de la Ciencia a primera hora. 

Ignacio en el Auditorio Lleras. Foto: archivo personal.
 


Extrañar las madrugadas 


Con su jubilación, sabe que comienza otra etapa de su vida, pero no considera fácil entrar en ella. Asegura que extrañará las madrugadas.  

Algunos profesores y administrativos dicen que les hará falta verlo caminar por la Universidad. La profesora Mónica Pachón, quien compartió con Nacho en varios eventos en el audiotorio, dice que echará de menos esa generosidad y servicio que lo caracteriza. . 

Jorge Manrique, jefe de seguridad y servicios (jefe de Nacho) también se lleva varios recuerdos de momentos compartidos en la Institución; y de verlo jugar en la cancha de microfútbol donde ahora queda el bloque C de la Facultad de Arquitectura y Diseño. "Confío que esa jubilación le permita seguir adelante con los proyectos personales, y espero que nos podamos ver en esa nueva etapa de vida", le deseó Jorge.

Nacho dice que se lleva en el corazón esta institución, que considera su segundo hogar, donde además tuvieron la oportunidad de estudiar sus dos hijos, Alejandro y Óscar. 

Su plan inmediato es ayudarle a su esposa María Concepción en su tienda naturista y también a adaptarse, de la forma menos traumática, a su nueva rutina. Ya no madrugará tanto, pero seguramente no dejará de lado su caballerosidad y el don de servicio que entregó a Los Andes por más de cuatro décadas
 

Escrito por:

Mauricio Laguna Cardozo

Periodista