30/10/2017

Análisis: Cien años de la Revolución Rusa

Cien años de la revolución rusa
En 2017 se celebra el centenario de la revolución rusa. Análisis de experto de la Universidad de los Andes. 
De febrero a octubre de 1917: nueves meses de revolución
Por:
Hugo Fazio Vengoa
Decano de la Facultad de Ciencias Sociales 

En este 2017 se celebra el centenario de la revolución rusa y debo reconocer que no resulta fácil escribir sobre ella. Una primera dificultad la encontramos en la relación simbiótica que existe entre el pasado y el presente. Esto podemos visualizarlo en el siguiente ejercicio hipotético. Si imperara hoy en día un contexto como el que existía medio siglo atrás, en 1967, cuando la Unión Soviética y el campo socialista eran un par de fuerzas que participaban de la modelación del mundo, con seguridad la conmemoración sería apoteósica y tanto los epígonos como sus detractores tendrían que referirse a ella porque la gesta revolucionaria sería parte sustancial del presente inmediato. Así lo presentaba el historiador Eric Hobsbawm en su magna historia del último siglo: “En suma, la historia del siglo XX no puede comprenderse sin la revolución rusa y sus repercusiones directas e indirectas. Una de las razones de peso es que salvó al capitalismo liberal, al permitir que Occidente derrotara a la Alemania de Hitler en la Segunda Guerra Mundial y al dar un incentivo al capitalismo para reformarse y para abandonar la ortodoxia del libre mercado”[1].

Otro es el escenario que impera en la segunda década del siglo XXI. Una vez que la guerra fría ha quedado atrás, cuando el comunismo, como expectativa o amenaza, pertenece a lo sumo a un nostálgico pasado, el “valor” del acontecimiento revolucionario se ha degradado y ha perdido la cualidad de participar en la definición de nuestra contemporaneidad. El presente se reconoce en otros orígenes, varios de los cuales se remontan a finales de la década de los sesenta del siglo pasado, y ninguno de ellos se retrotrae al magno acontecimiento del 17.

De esta primera dificultad se deriva una segunda: si el acontecimiento germinal del siglo XX ya no determina nuestro presente, entonces, vale la pena preguntarse sobre cuál acontecimiento de 1917 debe ser hoy objeto de conmemoración. En el siglo pasado, la respuesta era más que evidente: el acontecimiento mayor era el de octubre/noviembre de 1917, es decir, aquel que llevó a los bolcheviques (los comunistas) al poder, porque aquel fue el evento que le imprimió un sello particular al desarrollo histórico en todo el mundo. Sin embargo, la de octubre no fue la única revolución en la Rusia del 17. Hubo otra igualmente importante: La Revolución de Febrero que puso fin a siglos de dominio imperial. Esta revolución se inició el 23 de febrero, fecha en que, de acuerdo con el calendario juliano vigente hasta finales de ese año en Rusia, los socialistas conmemoraban el día internacional de la mujer. Bajo el lema “Pan, Paz y Libertad”, ese día un gran número de mujeres trabajadoras salió a la calle a protestar contra la carestía y contra la reducción que habían experimentado sus ingresos. En su apoyo, los obreros y obreras de varias fábricas de Petrogrado se declararon en huelga y se sumaron a la manifestación, ocupando las principales arterias de la capital. Al cabo de pocos días, la movilización y radicalización popular alcanzo un nivel tal que el zar tuvo que dimitir, llevándose por delante varios siglos de dominio de la dinastía Romanov.

Mientras la de octubre llevó a los comunistas al poder dando inicio a setenta años de régimen soviético, la de febrero acabó con el régimen zarista, con sus órganos represivos, su burocracia, la organización estamental de la sociedad y abrió cauces para el desarrollo de una nueva institucionalidad y de la democracia. Hoy no son pocos los analistas que consideran que la de febrero fue una verdadera revolución al tiempo que reducen el acontecimiento de octubre al rango de un simple golpe de estado.

Plantear esta contraposición entre febrero y octubre constituye un falso problema, porque en los hechos, ambas “revoluciones” se enlazan a través de cuatro grandes movilizaciones revolucionarias que se extendieron entre los meses de marzo a octubre de ese crucial año. La primera consistió en la apropiación espontánea de la tierra por parte de los campesinos con el propósito de reconstruir sus comunas ancestrales, la obschina. Esta acción se encaminó en lo fundamental a realizar una revolución agraria, o sea, se desarrolló en términos de expropiación de las propiedades de los grandes terratenientes, del clero y del Estado, dentro de un espíritu igualitario, sin mayores exigencias en términos de la organización del poder. El segundo fue una revolución urbana, liderada por obreros, los cuales ante el masivo cierre de las empresas por parte de los patronos, respondieron creando comités de fábrica, órganos de representación que si bien no cuestionaban la propiedad de las empresas, cumplieron un importante papel que consistió en velar por la continuidad laboral, mejorar las condiciones de vida para sus representados y profundizar la desarticulación del capitalismo fabril. El tercer proceso revolucionario lo conformaron las actividades de los soldados, quienes exigían el cese inmediato de las hostilidades y su licenciamiento para retornar a sus lugares de origen y engrosar las filas de aquellos que estaban desencadenando la revolución agraria y/o industrial. Fue tan masiva esta rebeldía que no es exagerado decir que hacia octubre prácticamente el ejercito ruso había desaparecido por simple sustracción de materia (millares de soldados habían desertado). Finalmente, tuvo lugar un cuarto movimiento representado por las minorías nacionales, las cuales ansiaban hacer valer el derecho a la autodeterminación de los pueblos. Las minorías nacionales se constituyeron también en una fuerza disruptiva que ayudó a crear el clima propicio para la Revolución de Octubre al desvertebrar los remanentes del viejo aparato zarista.

En medio de este contexto, la sagacidad de los bolcheviques consistió en entender el sentir de las masas, apoyar sus reivindicaciones y saber montarse en la cresta de la ola revolucionaria. En este sentido, la llegada de los bolcheviques al poder en octubre no fue un golpe de Estado sino el punto culminante de un gigantesco tsunami revolucionario. Fue así como ambos hechos revolucionarios se encadenaron dentro de una coyuntura revolucionaria que se extendió por casi nueve meses. La convergencia plena entre el radicalismo revolucionario, representado por los bolcheviques, y las rebeldías revolucionarias fue de corta duración. Sus complejos desarrollos hacen parte de otra historia, la soviética.

[1] Eric Hobsbawm, Historia del siglo xx, Barcelona, Crítica, 1995, p. 91.

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