Juntar las voces: un paso para enfrentar el virus
La Brigada Uniandes viajó a Putumayo para capacitar a auxiliares de salud indígenas en toma de muestras para la detección de Covid-19.adiaz@uniandes.edu.co
La Brigada Uniandes viajó a Putumayo para capacitar a auxiliares de salud indígenas en toma de muestras para detectar el virus que causa Covid-19, mediante hisopado nasofaríngeo. Crónica de un encuentro intercultural en época de pandemia.
Eran las 4 de la mañana del lunes 5 de octubre. Jaime Gutiérrez llegaba al aeropuerto El Dorado, en Bogotá, que había reanudado vuelos comerciales pocas semanas antes. Pasó los controles que ha impuesto la pandemia de Covid-19: diligenciar la aplicación CoronApp, toma de temperatura, fila en la aerolínea que exigía todo el equipaje en bodega. Su destino: Villagarzón (Putumayo) y de allí, Mocoa, la capital del departamento, a la que llegaría hacia las 9 de la mañana.
Diez horas después, a las 7 del día siguiente, 550 kilómetros al sur de Bogotá, Jimmy Sanjuan emprendía viaje hacia el mismo destino de Jaime. Salió del muelle principal de Puerto Leguízamo en una de las embarcaciones de “La balsa azul”, que luego de casi 9 horas de navegación por el río Putumayo lo llevaría hasta Puerto Asís. De allí, tres horas más por carretera hasta Mocoa, a donde llegó a las 8:30 de la noche.
Jaime y Jimmy, que se conocerían el 7 de octubre, compartían la misma motivación para el viaje: ayudar como voluntarios en el manejo de la pandemia. Jaime, 43 años, médico barranquillero, brigadista de la Universidad de los Andes. Jimmy, 32 años, alcalde mayor de la comunidad Comuyamena, compuesta por 19 familias del pueblo Murui, y auxiliar de enfermería.
El punto de encuentro fue “La chagra de la vida”, sede de Asomi, asociación de mujeres indígenas, que desde 2004 trabaja por la recuperación de la identidad, conocimiento y prácticas tradicionales de las culturas a las que pertenecen sus integrantes. Ellas ofrecieron este territorio donde se realizó el “Taller de capacitación en vigilancia epidemiológica a auxiliares indígenas para la contención del Covid-19 en comunidades indígenas del Putumayo”, organizado por la Secretaría de Salud Departamental, en el cual participaron brigadistas de la Universidad de los Andes y que fue articulado por la ONG Amazon Conservation Team (ACT), que lleva varios años en la región apoyando procesos organizativos indígenas, entre ellos el de Asomi.
Y llegó el virus
“Resulta que en marzo se hace el cierre total, a nosotros nos cogió de sorpresa porque primero eran síntomas leves, se tomaba el agüita, la yerbita y pasaba. Las cosas fueron empeorando. En Perú y Ecuador habían cerrado y todos los de esas fronteras se vinieron a hacer mercado a Leguízamo y ya venían contagiados del Covid. A los 15 días empezó la mortalidad y no pudimos hacer casi nada. Se nos fueron cuatro abuelos del pueblo Murui que eran biblioteca en temas de cultura, historia, tradición, medicina”, cuenta Jimmy sobre lo que vivió su comunidad esos primeros meses después de la llegada del virus SARS-CoV-2 al país.
Por esos días, en el Laboratorio Departamental de Salud Pública del Putumayo, Alejandra Enríquez, su coordinadora, y la bacterióloga con quien trabajaba se preparaban por internet a punta de tutoriales para tomar muestras con la técnica de hisopado nasofaríngeo. “No es algo común. Con el H1N1 fue muy poco lo que se tomó en Putumayo y no había mucho conocimiento y lo que vimos en la universidad no lo recordábamos bien”, dice Alejandra.
Mientras Alejandra y Jimmy sobrellevaban el confinamiento con las dificultades que la distancia geográfica y de recursos les imponía, en Bogotá, Jaime atendía el llamado de Martha Vives, vicedecana de Ciencias en Uniandes quien quería conformar una brigada para tomar muestras con esa técnica que Alejandra buscaba en internet. Brigada que luego sería parte fundamental del proyecto Covida, con el cual Uniandes busca el virus especialmente en personas que no presentan síntomas para contribuir al manejo de la epidemia. “Aunque hace siete años no ejerzo como médico sentí la necesidad de contribuir. Tengo un conocimiento que adquirí en mi vida privilegiada y lo justo es ayudar a mi sociedad”, dice Jaime recordando los días iniciales de la pandemia.
Foto: Adriana Díaz
Como médico, les enseñó a sus cinco compañeros. Dos de ellos, Ángela Holguín y Santiago Hernández viajaron a finales de junio a Mocoa y, con la experiencia acumulada en dos meses tomando muestras, capacitaron a personal de salud de varios hospitales y a 5 personas del equipo, ahora ampliado, del Laboratorio de Salud Pública. “Para nosotros fue un regalo grande porque nos resolvieron muchas dudas que nos quedaban de los tutoriales”, comenta Alejandra.
Ya para esa fecha, finales de junio, la Organización nacional de los pueblos indígenas de la Amazonía colombiana (OPIAC) había ganado una tutela en la que pedían al Estado colombiano y a los gobernadores de los 6 departamentos (Amazonas, Caquetá, Guainía, Guaviare, Putumayo y Vaupés) un plan concertado con enfoque diferencial para los pueblos indígenas de la región frente a la emergencia sanitaria causada por la Covid-19.
El taller en el que coincidieron Jimmy y Jaime en octubre estaba enmarcado en esa tutela.
Diálogo intercultural
En los 13 municipios del Putumayo hay 15 pueblos indígenas. La gran preocupación frente a la pandemia es lo que ya vivieron en la comunidad de Jimmy: la muerte de los abuelos y, con ello, el riesgo de perder su cultura. “Están nuestros mayores, nuestras mamitas, tienen toda la cosmovisión y la cultura. Necesitamos saber si la comunidad se está infectando” explicaba Nelcy Timarán, del pueblo Inga, quien junto con Víctor Quenama, del pueblo Cofán, es delegada de los pueblos indígenas ante la Secretaría de Salud Departamental del Putumayo. Allí actúan como puente entre las culturas: la occidental y las de los pueblos indígenas.
El reto es grande y así lo mencionó la antropóloga Paula Galeano, coordinadora del Programa Putumayo de ACT, en la introducción al trabajo que les esperaba esa semana. “La historia local nos enseña que tenemos que estar juntos ante esta situación y hay que construir confianza”. Lo dice con autoridad: lleva 11 años trabajando en la región, primero en etnoeducación y luego acompañando procesos territoriales que exigen la articulación de múltiples actores, al igual que este taller.
En ese primer diálogo de saberes asomó la complejidad de atender la pandemia en un contexto cultural distinto al de la normatividad occidental. Se oían voces por todos lados. El aislamiento. Los pueblos indígenas viven en comunidad, se aíslan todos, no el individuo, “se da del resguardo hacia afuera no adentro” comentaba Paula. “Es más fácil lograr que se tomen la prueba que imponer el aislamiento, en la mayoría de las familias conviven en la misma habitación” completaba Nelcy. ¿Por qué no van al hospital? “Tienen miedo a que los intuben, que les dé mucha sed y no les den agua” decía Víctor.
También varios minutos duró la conversación sobre las notificaciones de resultados. “El gobernador quiere saber, si da permiso de entrar a la comunidad es lógico que quiera seguir el proceso” decía Nelcy. “No se puede, el resultado es personal, por habeas data es imposible” decían funcionarios de la Secretaría. Que si el permiso para entrar al resguardo, que si el consentimiento informado, que si la notificación a Sivigila (Sistema de vigilancia en salud pública), qué cómo informar desde las comunidades dispersas geográficamente. Hasta que Víctor explicó: “Por ejemplo, le hacemos la prueba a un sabedor y sale positivo. Alguien le tiene que traducir” Al final, tres documentos distintos para el proceso y bacteriólogas atentas a whatsapp para recibir las fotos de los resultados, en la medida en que la conectividad lo permita.
Con esa primera conversación se terminó de organizar el taller, que incluyó un panorama de la afectación de Covid-19 en los pueblos indígenas de Putumayo: 446 casos según el boletín 48 del Sistema de Monitoreo Territorial de la Organización Nacional Indígena de Colombia con corte a 15 de septiembre; formatos para recoger información, toma de muestra por hisopado nasofaríngeo, uso de equipos de protección personal y lectura de pruebas de antígeno. Lo clave, según señaló Paula: que los 23 auxiliares de salud indígenas participantes estuvieran informados, capacitados y autorizados por sus comunidades para tomar las pruebas. Son 2.500 sumando las de antígeno y las PCR, destinadas a las comunidades indígenas ha dicho Alejandra Enríquez.
“Dicen que es difícil entrar a las comunidades con estos temas, pero solo hay que llegar con amor y tener la voluntad de escuchar siempre con respeto” diría luego Leidy Carvajal, compañera de viaje de Jimmy, también del pueblo Murui.
Aprender haciendo
La capacitación creada por la Brigada Uniandes para tomar muestras que se procesarán mediante análisis molecular (PCR) es ante todo práctica. Nace principalmente de la experiencia: desde el 18 de abril y hasta el primero de octubre, sumaban 1.285 horas de trabajo entre los seis brigadistas. Saben que se aprende haciendo y por ello, de entrada, Jaime le dice a su auditorio: “Hoy todos tienen que tomar una muestra”. Se escuchan risas nerviosas como respuesta.
Primero, la brigadista Tatiana Morales, química y compañera de viaje de Jaime, se pone uno a uno y en orden los elementos de protección personal: vitales para garantizar la seguridad de quien toma la muestra y de los participantes. Luego explican qué decirles a las personas y cómo tranquilizarlas si hay temor. Confirmar el nombre y documento de identidad, preguntar si ha tenido o tiene algún problema en la nariz, invitarlo a inhalar primero por una fosa y luego por la otra para saber por cuál está respirando mejor en ese momento, advertir que la prueba no tiene riesgo y es un poco incómoda. “Apoye bien los pies en el piso, incline la cabeza un poco hacia atrás, no se mueva”. Jaime toma un hisopo y muestra en una voluntaria cómo y hasta dónde introducirlo, cuántas veces girarlo. Se ayuda con una imagen de la cavidad nasal proyectada en la pared. Los asistentes siguen sus manos sin perder movimiento: cómo parte el hisopo, cómo guarda el extremo donde está la muestra en un tubo. Después viene el embalaje de ese tubo previamente etiquetado con los datos de cada persona. Un proceso lleno de detalles que exige plena atención.
¿Quién va primero? pregunta Jaime. El grupo de Puerto Leguízamo pasa al frente. Ángela Gómez tomará la muestra a Leidy y Jimmy será su asistente. Luego rotarán. Jaime y Tatiana observan cada paso y les van recordando si algo olvidan.
Foto: Adriana Díaz
Ángela sale feliz, es la primera vez que toma este tipo de muestra en sus 10 años de experiencia como enfermera. “Estos son los talleres en los que uno aprende. Jaime está muy pendiente de que uno haga las cosas correctas. Me daba susto lastimar, pero ya se me pasó” dice al finalizar.
Para Jaime esta es una jornada muy significativa por la presencia de saberes tradicionales, distintos al occidental y que él no conoce. Este voluntariado es, además de una forma de ayudar, una oportunidad para salir de su zona de confort y atreverse a enseñar, algo que, según dice, le cuesta trabajo. “Es una experiencia que me ayuda a reconocerme y a ver cosas que de pronto no he dejado salir” reflexiona como para sí mismo. Jimmy, el último de su grupo en tomar la muestra, está satisfecho: “Tenemos que aprender para enseñar en nuestras comunidades”.
Tres semanas después del taller hablo con Jimmy, esta vez por teléfono. Las brigadas para tomar muestras aún no comienzan.