El "sálvese quien pueda" debería cuestionarse con la pandemia
La crisis por el COVID-19 es un llamado a desarrollar otras formas de relación más solidarias y que prioricen relaciones más igualitarias.Millones de cuerpos confinados ante la expansión de una pandemia global no solo evidencian la vulnerabilidad de los seres humanos, sino la de un sistema de organización que ha desvinculado a los sujetos y que ha desmantelado los derechos y garantías sociales, advierte Laura Quintana, profesora de Filosofía de la Facultad de Ciencias Sociales, de la Universidad de los Andes.
Y es que la cuarentena ha demostrado que, aunque todas las personas se sientan frágiles, hay una distribución desigual de esa vulnerabilidad: unos cuerpos están en el extremo de la supervivencia, otros ven amenazados sus trabajos y unos pocos pueden pasar la crisis que vivimos con más tranquilidad. En todo caso, esta crisis está llevando a pensar que se depende el uno del otro y que el discurso del “sálvese quien pueda”, que ha impuesto el capitalismo neoliberal, está llamado a replantearse.
“La transformación no solo es posible, sino necesaria. Es hora de desarrollar formas de relación más constructivas, solidarias y que reorganicen lo público y lo común –señala Quintana–. Porque si no hay garantías sociales dignas, se profundizan las desigualdades, y con esto además los conflictos podrán ser más agresivos y violentos”.
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En su libro Política de los cuerpos: emancipaciones desde y más allá de Jacques Rancière (Herder, 2020), la investigadora habla sobre prácticas que pueden confrontar las formas de desigualdad que existen, y reinventar otras formas de organización de lo común. Y en un diálogo con el presente reflexiona teniendo en cuenta movimientos sociales (como La comunidad de paz de San José de Apartadó y organizaciones en el norte del Cauca), donde las comunidades construyen acuerdos para hacer valer su capacidad de decisión sobre políticas que los afectan, y sobre las cuales muchas veces se hacen prevalecer prácticas clientelistas o el criterio de expertos, desconectados de sus realidades.
La publicación, que se lanzó en medio de la cuarentena, considera que esas prácticas emancipatorias están relacionadas con acciones colectivas que las personas organizan cuando sienten que sus necesidades locales no están siendo reconocidas. De ahí la reivindicación del derecho a la existencia de estas organizaciones y sus luchas persistentes por condiciones de vida más dignas en territorios asediados por múltiples tipos de violencia, que no se han detenido en la pandemia.
Frente a las medidas de reactivación, Quintana fue crítica con respecto a las simplificaciones que se han generado: la cuarentena debía permitir el fortalecimiento del sistema de atención en salud e implementar medidas de apoyo social consistentes para enfrentar la crisis que se está viviendo, con un desempleo y condiciones precarias crecientes. Pero esto no se ha dado, y la actividad reinicia de a pocos, cuando además estamos alcanzando ahora un cierto pico en los contagios.
La investigadora piensa en que es hora de abrir la discusión sobre el mínimo vital o del ingreso universal mínimo para garantizar condiciones de supervivencia, en estos tiempos tan difíciles. Pero esto supone cuestionar supuestos del modelo económico que el gobierno actual ha privilegiado, y por eso parece poco plausible que tales medidas se den en la actual administración.
Sin embargo, esta crisis debería indicar la necesidad de que las instituciones públicas del país generen condiciones más igualitarias, de lo contrario el futuro para la mayoría de ciudadanos resulta muy poco esperanzador. Esto implica problematizar políticas neoliberales que han desmantelado o debilitado sistemas públicos de protección social; a la vez que han asignado toda la responsabilidad por su cuidado a los ciudadanos.
Además, no hay que perder de vista que las formas en que se relacionan las personas en Colombia están marcadas por una herencia colonial, siguiendo a Quintana, que ha impuesto la lógica extractiva y que ha generado marcos de relación racistas, clasistas y clientelistas. Por eso su llamado es también a cuestionar estas formas de desigualdad estructural, persistentes hoy en día.
En todo caso, la ciudadanía también viene organizándose de distintas maneras, activando formas de cuidado común, y reconociendo que dependemos unos de otros, como hoy se ha hecho visible más que nunca. Se vienen llevando a cabo donaciones de mercados, colectas para las personas en condiciones de mayor vulnerabilidad, iniciativas feministas en casos de violencia contra la mujer, entre otros.
Pero estas iniciativas ciudadanas no pueden llenar el espacio que tendría que ocupar un sistema de protección social y de acceso público a condiciones mínimas de vida, hoy en día muy débiles y a veces, para muchos, inexistentes.
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