Camila Loboguerrero rompió barreras en la dirección del cine en Colombia y Beatriz González ha trazado parte de la memoria de un país en cada pincelada. La cineasta y la pintora se reunieron para recordar la Escuela de Bellas Artes de Los Andes, en la década de los sesenta, y a sus grandes maestros Antonio Roda, Marta Traba, Luis Caballero, entre otros.

“Yo era una niña necia de colegio. Me desahogaba haciendo caricaturas y dibujando las monjas de manera burlesca”, cuenta Camila Loboguerrero. Sus dotes de artista surgieron de esa pasión por el dibujo y las caricatura.
 
“Desde el primer día fui la más feliz del mundo, me pareció una maravilla la Universidad”, dice mientras Beatriz la escucha con atención. Se conocieron en los primeros días de clase. Con Gloria Martínez hicieron un trío de amigas excepcional, que le abrieron los ojos al mundo del arte y la cultura, del que Camila poco conocía. Hablaban de Picasso, del arte moderno del momento y del cine contemporáneo, por lo que en sus palabras se ‘pegó’ a ellas, para conocer más de esa pasión juvenil.  
 
La maestra Beatriz González, de manera anecdótica, contó en esa conversación que en el colegio la llamaron artista porque un día dibujó una mandarina que cautivó a todos. “Me dije, ¿para qué voy a estudiar arte si yo ya sé? Muy pretencioso de mi parte, ¿no?”.

Empezó a estudiar diseño gráfico en Los Andes. En aquel entonces, esta disciplina no era una carrera, sino una materia, pero ella estaba dispuesta a explorarla. Y se encontró, según sus cuentas, con 90 mujeres estudiando Bellas Artes. Con humor rememora, “Solían decir que los padres mandaban a estudiar a las niñas en Los Andes para que se casaran bien”. 
 

Vitrinas diseñadas por Beatriz González.

Archivo: Beatriz González.

Y entre risas y recuerdos, las dos coincidieron en un gran influenciador para su carrera. 
 
Con el espíritu inquieto de Beatriz por conocer sobre arte contemporáneo se enteró de que a la Universidad había llegado un profesor español llamado Antonio Roda, quien impartía clases de dibujo para los estudiantes de arquitectura. Él las llevó a dibujar el Parque Nacional, para capturar con sus trazos a los transeúntes y el paisaje de la época. 

Pero ellas querían seguir explorando su vena artística. Un día se les ocurrió tener un taller de arte. Un atelier, dice Beatriz, un espacio propio para crear, experimentar y desarrollar su talento sin tener límites, cerca a la Universidad.   
 
Con esta loca idea, Beatriz, Camila y otras dos compañeras emprendieron la búsqueda de un cuarto en alquiler. Tal vez esa ingenuidad de su juventud las llevó a un barrio peligroso del centro de Bogotá, una zona de prostíbulos. “Le conté a mis tías lo que estaba haciendo y me dijeron: Si usted sigue en eso, se devuelve mañana mismo para Bucaramanga”, dice Beatriz.  
 
Frustradas por no tener el permiso de la familia González, decidieron buscar otras opciones. Así que hablaron con Ramón de Zubiría, el rector en aquella época, quien les ofreció un sitio en un edificio vacío que estaba en trámites de demolición y en el que había funcionado la cárcel de mujeres El Buen Pastor. Hoy es el edificio Roberto Franco, en el campus de la Universidad.   
 
“En vez de alquilar una pieza en la carrera cuarta, donde nos iban a considerar un poco de vida alegre, nos instalamos ahí, —recuerda Camila con una carcajada—. Allí pintábamos todas las tardes cuando nos escapábamos de las aburridas clases de Henna Rodríguez, inspiradas en la Academia Francesa del siglo XIX, y que ya estaban mandadas a recoger”, añade.  

Tener un espacio para pintar era impensable. Así que la maestra Beatriz describe ese apoyo del rector como “algo que ahora puede ser muy normal, pero que en esa época era rarísimo”.  
 
Su atelier se convirtió en el lugar preferido de profesores y estudiantes que llegaban allí para dejar volar su creatividad. 

Marta Traba, la reconocida crítica de arte latinoamericana, ensayista, escritora y profesora de Los Andes, se sentía orgullosa de lo que habían creado las jóvenes artistas en aquel 'rinconcito' y solía llevar a sus invitados para mostrarles su trabajo, las llamaba: las estrellas de la clase.  

“Hay una foto en la que Gloria Martínez, Camila y yo —recuerda la maestra Beatriz— estamos con nuestro cabello corto y capul. En ese entonces nos apodaban 'los gamines'” relata. Y es que a la clase de Marta siempre llegaban señoras muy refinadas y este trío de artistas no se consideraban de ese mismo estilo. 

“Nosotras nos peinábamos con capul, pelo corto y nos vestíamos de negro porque éramos como unas ‘marticas’ Traba”, complementa Camila. 

Para Beatriz y Camila, la libertad de tomar clases de diferentes carreras y poder romper esquemas fueron de las cosas más valiosas de su paso por la Universidad. 

De hecho, rememoraron que una vez crearon afiches y los pegaron en los árboles de la universidad para invitar una exposición de sus obras, en la Facultad de Arquitectura. Pero, según ellas, Henna Rodríguez, directora de la Escuela de Bellas Artes, al ver los afiches sin su autorización se enfureció. “Comenzó a arrancarlos y a pisotearlos como toda una Manuela Beltrán”, dice Beatriz alborotada, tratando de imitar ese momento. 

Cuentan que este suceso llevó a una reforma en la Escuela de Bellas Artes, que dividió la carrera en dos ramas: escultura y pintura. Hena se quedó dirigiendo escultura, mientras que Camila y sus compañeras se decidieron por pintura, que quedaba bajo la dirección del maestro Roda. 

Camila y Beatriz, dos rebeldes creativas que con sus obras han dejado huella en el arte colombiano. 

*La conversación entre las egresadas se llevó a cabo durante el Conversatorio realizado por la Facultad de Artes y Humanidades en el mes de marzo del 2023.
 

Tres jóvenes pintoras​ - Reportaje de Hernán Díaz para Estampa​. Dic. 17 de 1962​

Camila Loboguerrero y Beatriz González.

Acerca de Beatriz González y Camila Loboguerrero

 

Beatriz González obtuvo el título de Doctora Honoris Causa otorgado por la Universidad de los Andes, en reconocimiento a sus notables contribuciones al desarrollo de las artes plásticas a nivel nacional e internacional. Su obra se destaca por su visión ética y política, en la cual fusiona un lenguaje artístico universal con la memoria y las imágenes populares en un contexto local. Algunas de sus obras destacadas son: "Los suicidas del Sisga" (1965), "Los Papagayos" (1967), "Dibujos de la Virgen de Chiquinquirá" (1975) y "Álbum de familia" (2003). Además, ha dejado su huella en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación de Bogotá, interviniendo los columbarios del cementerio central con su obra "Auras Anónimas", donde cubrió los nichos con siluetas de hombres cargando cadáveres.


Camila Loboguerrero, por su parte, ha dejado una huella significativa en la industria cinematográfica colombiana, no solo por ser la primera mujer colombiana en dirigir un largometraje, sino también por su enfoque social y compromiso con los movimientos de cambio. Dirigió los largometrajes: "Nochebuena" (2007), "María Cano" (1990), "Con su música a otra parte" (1984); los mediometrajes: "Vida de perros" (1986), "Póngale color" (1985); los cortometrajes: "Ya soy rosca" (1979), "Soledad de paseo" (1978), y los documentales: "José Joaquín Barrero" (1972), "Llano y contaminación" (1973).
 

En video el conversatorio: Beatriz González y Camila Loboguerrero regresan a la Escuela de Bellas Artes.

 
Escrito por:

Johanna Ortiz Rocha

Periodista