“En Bogotá cuento con una hermana, pero viene retiradamente”, expresa él, de 38 años.
Detrás de un portón de rejas custodiado por un guardia del
Inpec, los reclusos esperan su turno atentamente. El corpulento hombre abre el candado, suelta la cadena y autoriza el ingreso. César es uno de los primeros.
Mientras tanto, en otro lugar del penal, en un espacio adaptado para la actividad física, entre camillas, pesas y algunas bicicletas estáticas, la fisioterapeuta Doris Castañeda se embadurna las manos con emulsión para calmar las dolencias de otros internos.
“Hay muchos que necesitan terapia. Se ven fracturas, contusiones, entre otras –dice ella–. El problema es que, a veces, los procesos aquí se demoran y eso hace que las lesiones se compliquen”, añade minutos después de masajearle a un recluso la espalda, tatuada con el arcángel San Miguel, considerado el abogado del pueblo elegido de Dios.
Al mismo tiempo, en el salón aledaño a la capilla, se lleva a cabo la capacitación en
primeros auxilios.
“Deben abrazarlo fuerte por la espalda”, dice en voz alta Esaú Duarte, profesional de apoyo del
Departamento Médico, Seguridad y Salud en el Trabajo de Los Andes, quien simula frente a los 53 promotores de salud –reclusos líderes de cada patio– que asisten a la capacitación, distintos episodios que ponen en riesgo la vida de los internos como, por ejemplo, un desmayo por un golpe en la cabeza, riñas, motines o accidentes que podrían generarse en el interior del penal.
“Por ejemplo, si un compañero convulsiona en la fila mientras se hace el conteo hay que agarrarlo rápido y evitar que se golpee la cabeza y luego mirar que tenga signos vitales. Cosas como esas, yo no las sabía”, señala Edwin, promotor del patio tres, quien vela a diario por el bienestar de sus compañeros. Además, mantiene el registro de los internos que requieren atención médica y, a partir de ahora, debe replicar, como los demás líderes, el conocimiento adquirido durante esta jornada para promover el cuidado entre compañeros y sobrevivir en caso de emergencia.
“Fue una actividad muy agradable que demuestra el gran potencial de aportarle a la sociedad a través de un conocimiento en estos temas”, cuenta Durán, líder de la capacitación, quien además resaltó la excelente actitud y el entusiasmo de los participantes.
César ya salió de consulta. Por su parte, Camilo Jiménez, el odontólogo que lo atendió, se siente orgulloso: “¡Mírelo!, se mira y se sorprende", dice mientras César se revisa la boca en el espejo. "Llegó sin dientes y se va con un par, eso para mí es gratificante”, concluye.
Incrédulo, César no para de mirarse: “Estoy muy contento porque es la imagen de uno. Muchas gracias y mil bendiciones”. Se despide y vuelve al Patio 7 con una imborrable sonrisa. Va a esperar el regreso de su hermana para exhibirle sus dientes nuevos.
La reja rechina y el guardia asegura de nuevo con candado.