24/05/2019

El legado arquitectónico de Germán Samper Gnecco

Imagen Germán Samper Gnecco.
“El diálogo con la arquitectura solo llega después de estar un rato en silencio. La arquitectura no tiene prisa en ofrecer sus secretos. Está allí por siglos, es silenciosa”. Así describió el fallecido arquitecto y urbanista Germán Samper Gnecco su más grande pasión. Hoy, la Universidad de los Andes lamenta su partida.

Una vida dedicada al estudio, investigación y enseñanza de la arquitectura lo hicieron merecedor del título de Doctor Honoris Causa de Los Andes, en el año 2011. Samper Gnecco fue Decano de la Facultad de Arquitectura entre 1956 y 1959 y también se desempeñó como profesor de diseño.

Fue creador de edificios emblemáticos en el país como el Edificio de Avianca y Ciudadela Colsubsidio en Bogotá; el Coltejer, en Medellín; y el Centro de Convenciones de Cartagena, entre otras obras.

Parte de su trabajo y legado arquitectónico lo aprendió durante su trabajo en el taller del arquitecto franco-suizo Le Corbusier. A su regreso a Colombia, él mismo contó que con otros dos estudiantes se preparó para “revolucionar el diseño urbanístico de las ciudades colombianas desde 1960”, como lo aseguró para la Revista Nota Uniandina, en el 2011.

Su legado también quedó en el barrio La Fragua en Bogotá donde a través del sistema de “autoconstrucción” edificó 100 viviendas, que fueron inauguradas por el presidente Alberto Lleras Camargo.

Algunos textos académicos definen su trabajo como un aplicado discípulo del pasado que con sabiduría supo responder a los aspectos económicos y sociales.

 
“El diálogo con la arquitectura solo llega después de estar un rato en silencio", Germán Samper Gnecco
María Cecilia O’byrne, profesora de la Universidad de los Andes, lo ha descrito como uno de los últimos arquitectos integrales: “Culto, estudioso, aplicado. Supo llevar su obra a ser, más que un encargo, una huella en cada momento”, aseguró para Nota Uniandina en el 2012.

En 1970 recibió el Premio Nacional de Arquitectura y tres años después la Bienal de Arquitectura.

Sin embargo, una de sus grandes pasiones fue el dibujo. Su trazo reprodujo la riqueza arquitectónica de París, Nueva York, Venecia, Bruselas, India y distintas ciudades colombianas. El gusto por el dibujo se lo aprendió a Le Corbursier que, en 1949, cuando viajaba a un congreso de arquitectura, le aconsejó dejar la cámara y llevar lápiz y papel.

En sus viajes por el mundo, el urbanista hizo unos 4.000 dibujos que hoy son considerados estudios completos de arquitectura y proporciones de lugares como Venecia y Nueva York. Entre sus anécdotas, Samper recordaba un viaje a Japón, por invitación de un amigo: “Pinté un mes en Kioto, pero también pasamos por Egipto, India y Grecia. Era un viaje de dibujo. Al final solo llevaba un vestido y una maleta llena de obras de arte”, confesaba.

Le gustaba Bogotá tanto como Vancouver y afirmaba que hay una generación buena de arquitectos, que están demostrando capacidad de diseño. Solo enfatizaba en que faltaba pensar un poco más en términos de ciudad y advertía sobre esa tendencia de la arquitectura a ser individual, a crear piezas únicas. “Es grave porque es confundir la arquitectura con la escultura”, argumentaba.

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