Eduardo Gómez Patarroyo, un legado para la literatura (1932-2022)
En homenaje al reconocido poeta colombiano, Eduardo Gómez Patarroyo, revivimos 'Tic tac, tic tac... ", una crónica para la revista Nota Uniandina (2013).
Desde la Universidad de los Andes lamentamos profundamente la partida del profesor y poeta Eduardo Gómez Patarroyo (1932-2022). El escritor prolífico publicó alrededor de 50 obras entre ensayos, cuentos, poemas y una novela.
Eduardo Gómez nació en Miraflores (Boyacá), en 1932. Su padre falleció cuando tenía 5 años de edad y él y su madre fueron a vivir a la casona de su abuela, donde escuchaba música clásica con su tío Edilberto Patarroyo, paisajista. Desde la década de los 50 fue líder estudiantil contra el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla y en esos años fundó, con algunos de sus compañeros, la Federación de Estudiantes Colombianos (FEC). En esa época se graduó como abogado en la Universidad Externado de Colombia y, porsteriomente, estudió literatura y dramaturgia en Alemania (occidental y oriental) en donde vivió seis años e hizo parte del Berliner Ensemble. Director de publicaciones de Colcultura, crítico teatral para el diario El Tiempo y ensayista, el reconocido poeta colombiano fue profesor de literatura europea durante cuatro décadas en las universidades Javeriana, Pedagógica, Nacional de Colombia y Los Andes, en donde también dirigió la revista Texto y Contexto de la Facultad de Artes y Humanidades.
En homenaje a su trayectoria, a su pasión por las letras y a su invaluable labor docente, revivimos 'Tic tac, tic tac...", una crónica para la revista Nota Uniandina (2013) realizada en su casa.
Por: Alejandro Torres Parra
Tic tac, tic tac...
El aire es frío y la luz de la mañana habita una atmósfera serena. Uno u otro reloj cuchichean, desde uno u otro rincón, en la geografía de esta casa de clásico estilo inglés bogotano. A las nueve en punto, uno de ellos rompe el aire con un sonido metálico, grave y diáfano, un repique tan rotundo que si los corazones de los jinetes del cuadro junto a la puerta no estuvieran disecados al óleo, saltarían con locura cada hora. Los pasos de Eduardo Gómez también quiebran, firmes, el silencio. Su voz es grave y su ritmo, pausado: para narrar las discrepancias con la muerte y para hablar de los reencuentros con la vida, hace falta tiempo.
– Mi preocupación, hace mucho rato, ya no es la muerte –sentencia.
Encima de este hombre, o mejor, dentro suyo, habitan muchos calendarios, más de una forma de instalarse en el mundo y una cuenta larga de épocas y estilos. Para resumir, nació en unas montañas templadas de Boyacá en 1932, anduvo en paisajes de esos que troquelan la memoria y mientras caravanas fúnebres cruzaban frente a su puerta en un pueblo que respiraba aire almacenado desde el siglo XIX, sus sentidos comulgaban no con el cristianismo medieval de su entorno sino con la naturaleza, desbordante... fue abogado, peregrinó por Bogotá y en Berlín se apasionó por la dramaturgia en el Berliner Ensemble, fundado por el mismísimo Bertolt Brecht... palpitó con la militancia de las revueltas estudiantiles en la segunda mitad del XX, escribió críticas teatrales por decenas, puso punto final a su primera novela, piensa aún asuntos selectos del socialismo, ha dictado clases de literatura durante 40 años y acaba de publicar un nuevo libro de poemas. El primero, Restauración de la palabra, es de 1969.
- ‘¿Para qué escribir pequeños versos / si el mundo es tan vasto / y el estruendo de las ciudades ahoga la música?’ Así empieza el poema que da nombre a ese libro, Restauración de la palabra –recuerda–... La poesía es un lenguaje recreado desde lo más íntimo.
Menciona con frecuencia a Thomas Mann. Y ahora, también a las nueve de la mañana, enseña a Marcel Proust los lunes y los miércoles.
Pero hoy es martes. Hay tiempo para contar el 9 de junio de 1954, día de la masacre de estudiantes en marcha contra el régimen de Gustavo Rojas Pinilla. Día para pensar en el aguacero de datos que se suelta cada vez que un estudiante suyo pulsa su celular o su tableta con el dedo.
El cuchicheo no para. Un péndulo no cesa: es el del reloj suizo con talla de madera que su abuelo le regaló al amor de su vida el día del matrimonio, hace 120 años, y que jamás ha necesitado una reparación.
– Usted ya pasó los 80 años. ¿Qué cosas valen la pena?
– Lo de siempre: el amor, la amistad y tener una tarea trascendente en la vida... Una visión, asumir su vocación plenamente.
– ¿Cuándo empieza alguien a envejecer?
– Cuando deja de esperar y de luchar y de amar... Cuando se entrega a la vejez, tan sicológica.
En el suelo junto a sus pies, junto a la mecedora de madera y a espaldas de los jinetes, media docena de hojas enormes, secas, que podrían pasar por restos de bejucos prehistóricos pero que fueron hurtadas del suelo de un jardín botánico no hace tanto, decoran de manera singular.
En realidad, hay muchos ojos aquí... Están los de su nieta Isabel, que vive en Alemania y sonríe en el retrato. Los de su hermana Alicia, los de su abuela Eloísa. Los de su padre, Roberto, el médico; los de su tío Edilberto, paisajista discípulo de Zamora y por cuya obra existe tanta vegetación en las paredes de esta casa. Muchos ojos, muchos retratos, muchos cuadros. Muchos ojos familiares.Y ahora que menciona su propia novela, autobiográfica, regresa a Mann, a Los Buddenbrock.
– La novela es el género más totalizante, es la sinfonía de la escritura.
Por uno de los pasillos asoma, reposada, sus ojos verdes en la pintura, su madre, con la sonrisa tranquila que capturó un primo suyo hace algo más de tres décadas. Están los ojos de Diego Pinzón, camarógrafo, que sigue a Eduardo Gómez. mientras él señala grabados de Fernando Oramas o reproducciones de Van Gogh hechas por Luis Fernando Montoya. Ahí, al lado, también brotan de la pared blanca sobre su cama escenas de la evangelización americana, de prédicas cristianas en la selva tropical que parecieran el epílogo de algún sueño inverosímil.
– El catolicismo es un culto a la muerte. Culto que me traumatizó considerablemente en algún momento. De niño, defendía mucho la comunión con la naturaleza.
Y, como el fin de esta visita es una semblanza en video para Internet, más cámaras, y más ojos. El fotógrafo Felipe Valenzuela obtura en su estudio, donde los cuentos de Édgar Allan Poe reposan sobre El rey Lear en una marea de libros que llega hasta su cama.
– Duermo entre libros. Siempre he dormido entre libros.Tal vez no sea tan sano... –reflexiona–. Uno tiene autores preferidos todo el tiempo. En la adolescencia fue Neruda, indudablemente, aunque ya conocía a Goethe. Después, Bertolt Brecht, Jean Paul Sartre... He vuelto a Proust, que también influyó de manera fuerte en mi primera juventud, pero que ahora asimilo mejor.
De su charla, el ‘Breviario’ que sigue en estas páginas, la semblanza en Internet. De su larga obra, una muestra mínima y un par de enlaces, también en estas páginas. De sus ocho décadas por estas tierras, la serenidad –y quizá el desprendimiento–. Ahí está, de nuevo, el repique metálico y diáfano del reloj. Pasó la mañana. No para los jinetes, disecados al óleo, que cruzan montañas templadas de Boyacá en su viaje perpetuo e inconmovible hacia los llanos del Casanare. Al final, tiempo para que Eduardo Gómez también pregunte: – ¿Dónde consiguió mis poemas, si son casi clandestinos?
‘Brevario de Eduardo Gómez’
- Cuando mejor escribo es a las cuatro de la mañana.
- El motivo inicial del poema, el que da el arranque, viene del inconsciente, es espontáneo. Surge, sin saber bien por qué.Ya sobre esa frase es que se desarrolla. Cuando más he escrito y quizá mejor es a partir de los 70 años, la última década.
- Para iniciarse en la novela es obligatorio lo autobiográfico.
Fotos: Andrés Felipe Valenzuela. Tomada en el 2013
Cuando pasaban los entierros frente a mi casa, las campanas los anunciaban mucho tiempo. De mi infancia habría que señalar esa naturaleza hermosísima del valle de Lengupá; el río... Ahí encontraba un escape a ese catolicismo medieval.
He tenido el privilegio de vivir varias épocas, subjetiva e históricamente... Hasta los 5 años no había carretera a Miraflores, por ejemplo. A esa edad conocí el automóvil, cuando López Pumarejo era presidente y fue hasta allá en una comitiva con carros de lujo.
Mi tertulia más interesante fue en el Café La Paz, que ya desapareció, en la calle 19, arriba de la Séptima. En Bogotá, durante años, compartí con el grupo de Estanislao Zuleta, Mario Arrubla, Jaime Mejía Duque, Darío Mesa, Ramiro Montoya...
El contacto con la juventud me mantiene los sentidos despiertos... Además, hay una influencia indirecta por las preguntas que hacen, la manera como contestan los exámenes, sus intereses...
Ante mis ojos, ahora, está Bogotá ante todo... En una época miraba más hacia Europa. Pero ya esa tierra me dio lo que tenía que darme, que fue mucho.
Instantes
- Cuando pasaban los entierros frente a mi casa, las campanas los anunciaban mucho tiempo. De mi infancia habría que señalar esa naturaleza hermosísima del valle de Lengupá; el río... Ahí encontraba un escape a ese catolicismo medieval.
- He tenido el privilegio de vivir varias épocas, subjetiva e históricamente... Hasta los 5 años no había carretera a Miraflores, por ejemplo. A esa edad conocí el automóvil, cuando López Pumarejo era presidente y fue hasta allá en una comitiva con carros de lujo.
- Mi tertulia más interesante fue en el Café La Paz, que ya desapareció, en la calle 19, arriba de la Séptima. En Bogotá, durante años, compartí con el grupo de Estanislao Zuleta, Mario Arrubla, Jaime Mejía Duque, Darío Mesa, Ramiro Montoya...
- El contacto con la juventud me mantiene los sentidos despiertos... Además, hay una influencia indirecta por las preguntas que hacen, la manera como contestan los exámenes, sus intereses...
- Ante mis ojos, ahora, está Bogotá ante todo... En una época miraba más hacia Europa. Pero ya esa tierra me dio lo que tenía que darme, que fue mucho.
Su poesía
- En un tiempo existió cierta obsesión por la muerte en mis poemas, angustia, hubo algunos muy subjetivos y desesperanzados, pero siempre con un trasfondo de sensualidad y vitalidad, de exaltación de la naturaleza.
- Hay dos etapas en mi poesía. En la primera, la muerte está con alguna frecuencia; la soledad, sobre todo... a veces la soledad vivida como la muerte. Pero esa poesía se vuelve más objetiva. El cambio se da en la Alemania socialista: allí se transformó mi vida.
La vida, la muerte
- Viví la muerte de mi padre, aunque eso es muy subjetivo, como una traición de su parte, como un abandono...Y esa muerte me marcó para toda la vida, claro.
- En mi vivencia de la futura muerte... hay una serenidad, una aceptación e incluso una mirada en relación con lo cotidiano... No hay metafísica, no hay angustia.
Sinfonía inconclusa
Llegará un día en que lo no hecho no se hará más
y en que lo no dicho
no se dirá jamás
y la última esperanza se esfumará como música para siempre.
Tal vez esa mañana hayamos cantado en la ducha o recibido una carta de amor
y sin embargo, y sin saberlo,
todo será por última vez.
En algún taller habrán confeccionado la blanca sábana
y blancas rosas estarán a punto
y aquellos a quienes hemos amado empezarán a olvidar
sin saberlo.
De ‘Faro de luna y sol’, 2002