Por:
Raquel Bernal - Rectora Universidad de los Andes
Diana Pineda-  Coordinadora de desarrollo humano y formación de la U. de los Andes

Tomado del El Tiempo.com

 

Según el Dane, más de 600.000 niños entre cero y cinco años viven en áreas rurales remotas de Colombia. Numerosos estudios confirman que este importante grupo de niños y niñas habita en condiciones más precarias que sus pares que residen en áreas urbanas, por lo cual presentan importantes rezagos en su desarrollo.

En particular, se ha evidenciado que los niños y niñas a los cinco años de edad, del campo, tienen un rezago en el desarrollo de su lenguaje de 20 meses con respecto a niños y niñas de su misma edad en condiciones similares en pueblos y ciudades. Así mismo, presentan mayores prevalencias de retraso en talla para la edad (15,4 por ciento) que el promedio nacional (10,8 por ciento), según lo revela la Encuesta de la Situación Alimentaria y Nutricional.

Lo anterior implica que, a los cinco años de edad, inician su ciclo de escolaridad formal con una desventaja inmensa que no se resuelve con la educación primaria y secundaria. Al contrario, se amplía a lo largo de la vida. De manera similar, los niños y niñas de cero a cinco años que experimentaron retraso en talla durante este período pueden llegar a tener hasta un lustro menos de escolaridad que los niños y niñas que tuvieron un crecimiento adecuado durante este período, de acuerdo con el Journal of Pediatrics.

Un plan clave para la crianza

A esto se suman las prácticas parentales no ideales y el poco conocimiento de los padres acerca de la importancia del desarrollo infantil en los primeros años de vida y sobre cómo potenciarlo. Por ejemplo, el 40 por ciento de padres de niñas y niños pequeños en zona rural piensan que estos lograrán adquirir todas las habilidades necesarias independientemente de lo que los padres hagan o de las circunstancias que los rodeen.

Más aún, cerca del 35 por ciento piensa que el juego no es un elemento indispensable para el desarrollo temprano. Una afirmación común, particularmente en áreas rurales, es que no es indispensable hablar a los bebés ni a los niños pequeños porque “en todo caso no entienden”. Tan solo el 30 por ciento de padres en áreas rurales reporta leerles a sus hijos e hijas al menos una vez a la semana.

En Colombia, el programa de hogares comunitarios Fami (Familia, Mujer e Infancia) del ICBF atiende a algo más de una tercera parte de los niños menores de dos años (incluyendo gestantes) en condición de vulnerabilidad socioeconómica y a sus familias.

Su objetivo es precisamente fortalecer las prácticas de crianza de los padres y promover interacciones de calidad en los hogares. Por ejemplo, espacios de juego, de lectura, de canto y conversación para promover el desarrollo temprano.

El programa ofrece visitas mensuales en casa y una sesión grupal de padres cada semana, lideradas por las madres comunitarias Fami, las promotoras de la iniciativa. Cada madre Fami atiende entre 12 y 15 familias beneficiarias. A través de la estrategia nacional de atención a la primera infancia conocida como ‘De Cero a Siempre’, actualmente, política de desarrollo integral, contenida en la Ley 1804 de 2016, se buscó desde un inicio aumentar la cobertura de los servicios y también su calidad.

Mientras el componente de calidad se ha extendido en áreas urbanas a través de opciones como los centros de desarrollo infantil, es más difícil incorporarlo en el contexto rural, en el cual existen restricciones de capacidad institucional, financiera y de recurso humano. Además, el aprovechamiento de economías a escala es más difícil en áreas dispersas.

En 2016, la Universidad de los Andes lanzó una iniciativa en colaboración con Grand Challenges Canada, University College de Londres y la Fundación Éxito para mejorar el bienestar de los niños y niñas menores de dos años en áreas rurales de Colombia, incorporando una variedad de mejoras al programa Fami. Estas incluyeron el diseño de contenidos pedagógicos estructurados, que consisten en una serie de actividades de juego y lenguaje diseñadas secuencialmente para promover el desarrollo infantil a través de interacciones óptimas entre las madres y los niños, y el fortalecimiento de la autoeficacia materna.

Para complementar el currículo, se incluyó un conjunto de materiales pedagógicos —libros, rompecabezas, bloques, objetos para clasificar y emparejar, y materiales para construir juguetes con materiales reciclables— así como un programa de capacitación y acompañamiento continuo a las madres comunitarias Fami en el uso de este paquete de actividades y materiales y en la promoción de más y mejores prácticas de crianza en los hogares. “Divertido porque uno aprende que tiene los recursos, cómo hacer un juguete, cómo hacer un carrito, cómo hacer una muñeca... Así uno se ahorra el dinero y les hace muñequitos”, cuenta una beneficiaria.

También se incluyó el mejoramiento del contenido nutricional del paquete de alimentos entregado por el programa Fami durante toda la intervención. Esto se combinó con educación nutricional a las familias, enfocada en la promoción de la lactancia materna y la adecuada alimentación complementaria.

El paquete de fortalecimiento de la calidad de los hogares comunitarios Fami ocurrió entre 2015 y 2016 y se evaluó a través de un experimento social controlado en 87 municipios semiurbanos y rurales ubicados en Cundinamarca, Boyacá y Santander. En 46 de estos, seleccionados al azar, se implementó la intervención para mejorar la calidad de los hogares comunitarios Fami, y en los otros 41 el programa continuó funcionando como siempre.

Los resultados, evaluados hace poco en la Universidad de los Andes, hablan por sí solos. Al cabo de 10 meses, se observó una mejora significativa en el desarrollo cognitivo, de lenguaje y motor de los niños en los Fami que recibían mejora, equivalente a una reducción de 16 por ciento de la brecha existente entre niños en áreas rurales y niños en áreas urbanas. Así mismo, se observó una reducción de 5,8 puntos porcentuales en la fracción de niños con retraso en talla o en riesgo de retraso en talla.

Cerca del 40 por ciento de las madres atendidas en los hogares comunitarios Fami son madres solteras o adolescentes, cuyos hijos corren un riesgo altísimo de terminar en una trampa de pobreza. Al trabajar con estas madres y promover su autoeficacia, autoestima, motivación y conocimiento acerca de lo que sus hijos e hijas necesitan, se logra mejorar sus prácticas de crianza de manera significativa, alternando así las trayectorias de desarrollo de estos menores.
 

Los niños y niñas del campo a los 5 años tienen un rezago en el desarrollo de su lenguaje de 20 meses con respecto a niños y niñas de su misma edad en condiciones similares en pueblos y ciudades



Es interesante además ver que las madres comunitarias Fami reaccionaron de manera muy positiva ante un currículo más estructurado, con propuestas concretas de actividades que facilitaban su planeación pedagógica, actividades de capacitación y acompañamiento de tutores profesionales que las apoyaban para mejorar sus prácticas. “Uno de los grandes resultados que se obtuvieron fue la confianza que se les dio a las madres para participar en el Fami; y como ya eran ellas las que se encargaban de jugar con sus bebés, se dieron cuenta de la importancia de estar con ellos; entonces fue muy agradable ver ese avance con las mamás”, relata una de las tutoras.

Un aprendizaje extremadamente importante de este estudio es que es crucial descomponer la idea de “calidad del servicio” en componentes tangibles, medibles y asequibles, y usarlos de manera explícita en la capacitación de los trabajadores de primera línea, y los procesos de acompañamiento y mentoría. En este proyecto particular, se usaron evaluaciones y observaciones por video en las cuales se monitoreaba la medida en la que estos objetivos de calidad se lograban.

Por ejemplo, las observaciones por video permitían establecer con qué frecuencia se lograba que las madres comunitarias elogiaran a las madres por una buena práctica con sus bebés, obtuvieran la participación activa de las madres y sus hijos en las actividades diseñadas, respondieran a las preguntas e inquietudes de las beneficiarias y exhibieran entusiasmo a lo largo de la sesión.

Las interacciones positivas entre las madres comunitarias y las madres beneficiarias modelan, a su vez, lo que se espera de las interacciones positivas entre las madres y sus bebés. De esta manera, las tutoras encargadas de la supervisión sabían específicamente qué criterios de evaluación usar para proveer retroalimentación de mejora a las madres comunitarias Fami.

En su conjunto, el proceso se convierte en un círculo virtuoso que se retroalimenta entre el currículo, la capacitación de trabajadores de primera línea y los procesos de supervisión y acompañamiento continuo que se deben surtir. “Es decir, hay una participación mutua; una dice, otra opina, es algo muy bonito, mientras que antes solo hablaba uno y ellas eran como tímidas. En cambio, ahora ya con el ‘bravo’, ‘muy bien’, ‘felicitaciones’ y se sienten halagadas”, cuenta una de las madres comunitarias.

Sin duda alguna, la calidad se vuelve observable y de fácil implementación para todos los actores. El proyecto evidencia que el fortalecimiento del talento humano y, por tanto, las relaciones humanas, promueve la calidad de los servicios de manera efectiva. Los resultados evidencian que el mejoramiento de la calidad es posible, incluso en programas que han existido por muchos años, si se definen indicadores claros para todos los actores y se ofrecen recursos prácticos y concretos para promoverlos.

Esa reflexión es particularmente válida ahora que las restricciones asociadas a la pandemia comienzan a quedar atrás. Recuperar el terreno perdido es vital para que el retroceso en el desarrollo de niños y jóvenes no se vuelva permanente. Y lo que esta experiencia confirma es que, más que un tema de recursos, de lo que se trata es de combinar voluntad con las debidas interacciones, para que así las brechas que, lamentablemente, identifican a la sociedad colombiana, se cierren más temprano que tarde.