23/06/2016

¿Qué cambia con el acuerdo?

marcha de las flores

Marcha durante los acuerdos de la Habana

Por: Carlo Nasi
Doctor en Ciencia Política de la Universidad Notre Dame
Profesor del Departamento de Ciencia Política – Los Andes

El conflicto armado colombiano ha sido un pesado lastre para Colombia en muchos sentidos. Sus costos humanos superan las 200 mil muertes, por no mencionar los millones de víctimas de desplazamiento forzado, las personas heridas, mutiladas y con graves afectaciones de salud mental. Los costos económicos también han sido inmensos, si se suman los daños a la infraestructura, la plata que muchos han pagado por extorsiones y secuestros, la falta de inversión y generación de empleo en varias regiones por cuenta de la violencia, la afectación del capital social, y todos los sobrecostos en seguridad y para mantener un enorme aparato contrainsurgente.

El conflicto armado también ha conllevado altos costos para la democracia, si se considera el elevado número de candidatos y políticos electos que han sido objeto de amenazas y atentados, el saqueo de recursos públicos por parte de grupos ilegales, la existencia de zonas vedadas para ciertos políticos (por la violencia), así como un debate público empobrecido, donde la discusión de temas importantes para el país se ha visto relegada a un plano secundario por cuenta de los frecuentes señalamientos y descalificaciones entre candidatos de ser (supuestamente) “amigos del terrorismo” o “de la guerrilla” o “de los paramilitares”.

Otra cosa que debe quedar en claro es que, al cabo de más de cincuenta años de guerra, con todo y que el Plan Colombia convirtió al país en el tercer mayor receptor de ayuda militar de Estados Unidos en el mundo, fue imposible derrotar a las Farc.

La guerrilla fue debilitada pero no doblegada, y aunque en la última década el Estado obtuvo avances estratégicos significativos, de ahí a lograr una victoria militar definitiva sobre las Farc hay un trecho largo, incierto y muy sangriento. Por eso Santos acertó cuando decidió buscar una salida negociada. Muchos de los que se han opuesto a las negociaciones de La Habana, o bien se benefician de la continuación del conflicto armado (la guerra ha tenido sus beneficiarios), o son moralistas cínicos y maniqueos (que aúpan la guerra en la medida en que no los toque directamente, y además dividen a las víctimas entre “buenas” y “malas”), o son personas ignorantes que no conocen la dinámica entre insurgencia-contrainsurgencia, que a lo largo de la historia y de manera ubicua ha involucrado fundamentalmente la victimización de civiles (más que de combatientes).

Tampoco han faltado los guerreristas ingenuos, que son aquellos se han tragado entero afirmaciones propagandísticas como la de que la victoria “ha estado al alcance de la mano” (como si más de cincuenta años sin poder derrotar a las guerrillas no diera pistas sobre la dificultad de esa tarea), o que las guerrillas “no son más que un puñado de narcotraficantes: existen y funcionan únicamente por la codicia y la plata” (si eso fuera así, ¿cómo se explicaría que los guerrilleros ni siquiera reciban un salario?).

LOS RETOS DEL DESPUÉS
Es un especial informativo que muestra reflexiones académicas, aportes, iniciativas e investigaciones relacionadas con lo que deben saber y entender los colombianos sobre lo que cambiará en el país y lo que no, si se firma un acuerdo entre el Gobierno y las guerrillas de las Farc y el Eln.El especial nace de un esfuerzo conjunto realizado por Ediciones Uniandes y la Maestría en Construcción de Paz para convocar a los profesores de la Universidad en torno a estas preguntas. 

Continuidades y pocos cambios

En cuanto al posconflicto, si es que se llega a firmar un acuerdo de paz definitivo con las Farc y el Eln, lo esperable son continuidades y cambios dependiendo del ámbito en cuestión. La violencia política disminuirá y en principio (y a diferencia de Centroamérica) no tiene por qué dispararse la violencia social: nuestras condiciones económicas e institucionales actuales permiten anticipar un escenario de estabilidad relativa.

En materia de narcotráfico se prevén cambios modestos: aunque las Farc se disocien del negocio y ayuden a combatir el narcotráfico, en Colombia hay demasiados incentivos para cultivar y traficar estupefacientes; además, las negociaciones de paz no produjeron ideas novedosas sobre cómo enfrentar ése fenómeno.

No habrá mucha reconciliación en el corto y mediano plazo, porque demasiadas heridas siguen abiertas. No obstante, si se detiene la guerra y hay una interlocución sostenida (y no a los tiros) entre los colombianos y las Farc, se facilita un tránsito (lento) hacia la normalidad. En lo político, Colombia no terminará en “las garras del castro-chavismo”, porque todo apunta a que las Farc serán un partido muy minoritario.

Tampoco parece que los otros partidos estén interesados en formar alianzas con el partido político que forme la muy desprestigiada guerrilla. Con todo, la calidad de la democracia mejorará sustancialmente por la mera ausencia de guerra. Finalmente, un cambio realmente importante se puede producir con la reforma rural: si se implementa adecuadamente, podría ayudar a saldar la deuda histórica que ha tenido el país con el campo. La mayor injusticia, pobreza e inequidad en el país corresponde a las áreas rurales. No es coincidencia que los grupos armados ilegales hayan encontrado terreno fértil para reproducirse en dichos lugares.

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