La perspectiva no es muy optimista. Tras el final de los confinamientos y el regreso a las aulas de los niños, expertas pronostican que habrá un retroceso en el avance de las mujeres en la tarea de obtener una mejor posición en el mercado laboral.

Ana María Tribín, doctora en Economía de Brown University, en conversación con la profesora de la Escuela de Gobierno, Ángela María Guarín, llama a este fenómeno la caída en escalera de las mujeres.

Se trata de una realidad que estaría ocurriendo en países en vía de desarrollo y que profundiza la pobreza femenina. La caída en escalera es una forma de explicar su situación, por ejemplo, en Colombia:

Con pocas horas disponibles para el trabajo, las mujeres son menos productivas y pueden recaer en el desempleo o en la inactividad. Es decir, van a desmejorar sus condiciones laborales: pasando de empleos formales a informales, de la informalidad al desempleo, del desempleo a la inactividad y de esta al trabajo doméstico.

Comparado con Estados Unidos, donde el mercado es más formal puede pasar que las mujeres pasen del empleo al desempleo y luego, al contrario. En contraste, aquí la caída puede ser más profunda, por la informalidad. “Subir de nuevo será muy difícil”, complementa Tribín.

78 % de las horas anuales de cuidado y del hogar estaban a cargo de las mujeres: 7,14 horas diarias de trabajo no remunerado

Sin embargo, antes de la pandemia ya existía un problema grave de desempleo: cerca 1,3 millones de mujeres en el país estaban desempleadas y 78 % de las horas anuales de cuidado y del hogar estaban a cargo de las mujeres: 7,14 horas diarias de trabajo no remunerado, frente a unas 3,15 horas de los hombres.

Por eso resulta probable que se profundice la pobreza femenina. Con pocas horas disponibles para el trabajo, esta población será menos productiva y caerá en la inactividad. Así no solo ellas estarán en una situación de vulnerabilidad, sino sus hijos. El tema resulta más preocupante cuando Colombia reporta 1,8 millones de madres solteras.

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En una publicación académica de Feminist Economics, Tribín y las investigadoras Ana María Iregui y María Teresa Ramírez, encontraron que las mujeres que reciben un ingreso y que trabajan experimentan menos violencia doméstica. “Si todas estas mujeres llegan a hacer trabajo doméstico sin ninguna remuneración, puede surgir un problema de violencias mayor”, confirma Tribín.

Junto con la vulnerabilidad de las mujeres, los hombres también están perdiendo el empleo y todo ese estrés dentro de la casa también puede exacerbar episodios violentos. De ahí la urgencia de tomar acciones desde los gobiernos locales.

Un punto destacable, en medio de la pandemia y los confinamientos, fueron las 700.000 mujeres del sector salud (un 78 %) que tuvieron que salir a trabajar. Así la persona que quedaba en casa o su pareja tenía que asumir las labores de cuidado y pudo haber ocurrido una redistribución. ¿Será entonces un paso para una distribución equitativa? Tribín no tiene clara la respuesta, pero sí es optimista al pensar que el hombre aparte de asumir un papel que antes no ejercía, por lo menos se daría cuenta de la carga tan fuerte que implica el cuidado en su propio hogar.