El primero de diciembre de 2019 me instalé por primera vez en el edificio Pedro Navas. Llegué como vicerrectora académica por invitación de Alejandro Gaviria. Tres meses después, el campus se cerró indefinidamente con motivo de la llegada del primer caso de COVID a Bogotá. No regresaríamos sino hasta un año y medio después.


Durante este tiempo, mucho ha ocurrido. Todos los profesores y profesoras tuvimos que trasladar nuestros cursos a la virtualidad de emergencia. En una semana nos preparamos para resistir esta batalla contra el virus, para garantizar la continuidad académica de nuestros 18 mil estudiantes, para vencer la incertidumbre y el miedo. Varias veces le dije al rector Gaviria que eso no era lo que yo le había firmado.


Cuando recuerdo esos meses, me abruma la cantidad de cosas que tuvimos que hacer contrarreloj. Nuevos sistemas de calificación, de admisión de estudiantes, de atención y consejería, miles de recursos digitales adquiridos en la biblioteca, decenas de recursos producidos para facilitar la transición de los estudiantes al aprendizaje autónomo, cientos de profesores y profesoras capacitados para diseñar cursos de calidad en línea, nuevas reglas para la carrera profesoral en virtud de las limitaciones de la pandemia, la maratón por cumplir las rotaciones de medicina en estas circunstancias (con mi compañera de lucha la decana Natalia), la distribución de cientos de computadores y paquetes de datos a nuestros estudiantes en todas las regiones del país, entre otras cosas.


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Dos años y cinco meses después de mi llegada al Navas, estoy aquí, con ustedes, celebrando el día de mi posesión como primera rectora mujer de la Universidad de los Andes. En esta institución he sido estudiante, egresada, profesora, administrativa y ahora rectora. Debo confesar que esto era algo inimaginable para mi hasta hace algunos meses. Ahora entiendo que los retos del COVID, el confinamiento y la virtualidad, me prepararían para esta tarea que no había previsto.


Estoy aquí sin pretensión o ambición, pero con gran ilusión. Estoy aquí por vocación de servicio, por una vocación de enseñar que heredé de mi madre. Por el sueño de hacer de nuestros estudiantes, unos mejores ciudadanos; de hacer de Colombia, un mejor país; de hacer de este mundo, un lugar con más esperanza para las nuevas generaciones, para nuestros hijos. Comparto con los fundadores de nuestra Universidad ese sueño que decía que “No nos movía al fundarla ni siquiera un exclusivo interés educativo. No queríamos construir, en cierto modo, una nueva universidad, sino un nuevo país”. Esa es nuestra esencia, la que debemos preservar y materializar sin descanso. Y para esto debemos tener una universidad que sea más incluyente y que llegue a muchas más personas.


En un día soleado de febrero de este año, cuando ya estaba encargada de la Rectoría, salí de un conversatorio con estudiantes. Uno de ellos me siguió por un par de cuadras. Me detuve y le pregunté si me necesitaba. El joven, llamado Francisco, de Boyacá, me dijo que solamente quería agradecerme por lo que había hecho por él y por muchos estudiantes durante la pandemia, que él sabía que yo era la responsable de la respuesta académica en ese momento, y que él quería que yo supiera que eso había salvado vidas. Ese día, gracias a ti, Francisco, conecté de manera contundente con mi propósito de vida. Entendí el por qué. Reiteré que lo que hacemos en la Universidad tiene un impacto, transforma vidas y, de paso, contribuye para transformar a la sociedad.


Dicen de mí que sé escuchar, que soy generosa y un tanto exigente. Las tres cosas se las debo a mis padres, unos seres celestiales que fueron puestos en mi vida para guiarme y acompañarme en un camino que, aunque he escrito muchas veces, siempre se reescribe solo. Casi en contra de mi voluntad. Gracias por darme alas, por sostenerme y levantarme, por amarme.


Juan Pablo, Sofi y Juanmi, mi razón de ser, el respiro de mi corazón, el motivo de mi existencia.


Mis hermanos, sus esposas y mis sobrinas, la maravillosa compañía de la familia, lejos pero cerca, silenciosa pero ruidosa, el cuidado del uno y el cuidado del otro.


Mis mentores, los que me abonaron el camino, los que creyeron en mí, los que me ayudaron a ser una mejor persona, Alejandro Gaviria, Mauricio Cárdenas, Fabio Sánchez, Ana María Ibáñez, Michael Keane y Orazio Attanasio.


Mis amigos, con quienes he compartido logros, fracasos, momentos felices y momentos no tan felices. Las personas con las que siempre puedo llegar más lejos porque caminan a mi lado. Carito, las Claudias, Jimena, Andrés, Mónica, Iván, Peter, Angela, Catherine, Marcela, Anna y Luca.

Mis equipos de trabajo durante este tiempo, ustedes han sido mi baluarte, mi espada y mi escudo. Silvia, Eduardo, Claudia, Mónica, María Andrea, Catalina, María Consuelo, Luz Adriana, Juny, Andrea, Karina, Juan Pablo, Carlos, Antonio y Verónica. Con gran admiración y cariño por mis doce decanos, Veneta Andonova, Hernando Barragán, Daniel Cadena, Rubby Casallas, Eduardo Escallón, Marcela Eslava, Nathalia Franco, Andrea Lozano, Eleonora Lozano, Natalia Mejía, Mauricio Nieto, y Paca Zuleta.


A mis estudiantes, ustedes son una fuente de inspiración, verlos crecer hace que todo tenga sentido. Diego, Rodrigo, Juliana, Karen, Cinthya, Valentina, Diana Martínez, María Adelaida, María de la Paz, Harold, Camila, Federico, Alejandro, Santiago Lacouture, Diana Pérez, Douglas y Santiago Pérez, y todas y todos los estudiantes con quienes he compartido las aulas de esta universidad a lo largo de todos estos años. Yo estoy aquí porque ustedes me mostraron que esta tarea vale la pena. No, corrijo: me mostraron que no hay mejor tarea.


Finalmente, quiero agradecer a los miembros del Consejo Superior por el honor que me han dado de liderar esta Universidad durante los próximos años. Ustedes pueden estar seguros de que no escatimaré esfuerzo, ustedes pueden estar seguros de que con generosidad ofreceré las capacidades que tengo al servicio de esta Universidad, ustedes pueden estar seguros de que trataré a los miembros de esta comunidad con respeto, compasión y empatía, y ustedes pueden estar seguros de que les pediré apoyo muchas veces para lograr juntos este sueño que compartimos.


Vivimos tiempos difíciles, de desinformación, noticias falsas, de tensiones geopolíticas, ataques a las libertades individuales, a la libertad de expresión, a la ciencia, y a la democracia. Esto ha generado narrativas pesimistas, a veces exageradas, que nos han hecho perder credibilidad en las instituciones y en la democracia. Hoy las universidades debemos jugar un papel fundamental para contrarrestar estas tendencias. Debemos batallar la intolerancia, el odio, el autoritarismo, y promover la paz, la democracia y generar confianza. Debemos aportar narrativas esperanzadoras y aportar a un debate democrático riguroso basado en la evidencia.


Son muchos los retos que amenazan nuestro futuro. La desigualdad, que en Colombia volvió a profundizarse como consecuencia de la pandemia. La sostenibilidad y el cambio climático son retos que no dan espera. Se ha avanzado muy poco en los Acuerdos de Paris, y el riesgo del planeta es inmenso. A nivel global vemos, una vez más, escenarios de guerra como la invasión de Rusia a Ucrania. La fragilidad y polarización de las democracias a nivel mundial. Y la arrolladora transformación digital, que agiliza y facilita nuestra vida, pero, a la vez, reta miles de trabajos y digitaliza la vivencia humana con una serie de repercusiones que aún no terminamos de comprender.


Y ante estos retos, tampoco vemos el liderazgo global, contundente y comprometido, que pueda arremeter contra estos tiempos distópicos. Esto tiene que hacernos, al menos, reflexionar sobre el rol que debemos jugar las universidades en estos momentos. ¿Qué estamos haciendo ante los retos que amenazan nuestro futuro? Las Universidades somos fundamentales en estos momentos. Desde su creación, fuimos diseñadas para ser aquella capa de la sociedad que puede pensar, que puede hacerse las preguntas, y que puede plantear las posibles soluciones.


Las Universidades somos la plataforma natural para colaborar, hacer alianzas y poder acercarnos a la solución de estos grandes retos que amenazan nuestro futuro. Debemos sacudir el status quo, cuestionar los paradigmas y la autoridad, promover la evidencia en detrimento de la información falsa. Somos, de alguna manera, la conciencia de la sociedad, los convocados a buscar acuerdos para la paz, el crecimiento, la estabilidad, y la sostenibilidad. Las universidades debemos proteger a la sociedad, y la sociedad debe proteger a las universidades.


La Universidad es el espacio en el que aprendemos a vivir colectivamente, a ser una sociedad, a construir juntos. También aprendemos a ser ingenieros, abogados, científicos, artistas o médicos. Pero eso no es lo más importante, y seguramente, mucho menos en estos tiempos. La ciudadanía se forma, no es una competencia innata. Y eso es lo que debe suceder en las universidades. Tenemos la obligación de producir nuevas generaciones de ciudadanos globales y líderes globales que sean responsables, empáticos, respetuosos y compasivos. Que sean capaces de entender y enfrentar los nuevos retos de este mundo.


Debemos formar esos ciudadanos que puedan hacer las paces con la naturaleza, que puedan implementar la transición energética de manera exitosa, que puedan contrarrestar las amenazas contra la democracia, que puedan ser promotores globales de los derechos humanos, que tengan una visión incluyente del mundo, que puedan ver más allá de sus propias fronteras, y ocuparse de los retos globales, que no crean todo lo que ven en redes sino que se cuestionen, investiguen, aporten al debate y se conviertan en influenciadores confiables y veraces.


Pero a veces nos distraemos y, ¿qué hacemos las Universidades? Nos movemos por asuntos de competitividad, posicionamiento de marca, rankings e ingresos, a expensas de la empatía, la colaboración y el impacto social. Tenemos que garantizar la sostenibilidad, por supuesto, pero sin perder de vista nuestro sueño, nuestra responsabilidad, nuestra misión.


A veces es bueno recordar que el cálculo, la lingüística, el derecho penal, y la semiología son apenas una parte de nuestra tarea, de nuestra responsabilidad. A veces es bueno recordar que somos modelos de estos jóvenes, que el futuro de este mundo está en nuestras manos a través de los estudiantes que formamos. A veces es bueno recordar que nuestra responsabilidad es aportarle a la sociedad, tener impacto en el país, en el planeta. Es una profesión, ésta, que debe ser generosa, visionaria, y optimista.


En este contexto, la colaboración, las alianzas, y la interdisciplinariedad son indispensables. No podemos enfrentar ninguno de los retos que amenazan nuestro futuro solos, desde una única disciplina, sin aliados, sin amigos. Todos estos retos son, en naturaleza, globales. Hasta la inflación es ahora global. Trabajar de manera aislada no es una opción. Estamos llamadas las universidades a trabajar juntas, no como una preferencia, sino como un imperativo.


Debemos ofrecerles a nuestros estudiantes la experiencia que les permita formar esas competencias indispensables para enfrentar el futuro. En esta era digital, es inimaginable no habilitar una experiencia multi-cultural, que les permita conocer otras vidas, otros contextos, otros sufrimientos y otras felicidades. Esto promueve la formación de empatía y compasión. La capacidad de ponerse en los zapatos de otros, de tratar de comprender, de salirse del propio yo. Esto nos da una mirada pluralista.


Es inimaginable no ofrecerles a nuestros estudiantes el contacto con las artes, las humanidades, la música, y las ciencias sociales, como forma de acercarse a la sensibilidad, al respeto del ser humano, a la compasión. Es inimaginable no propender por la formación de un liderazgo global, respetuoso, generoso, y que parte del servicio.


Le debemos a la sociedad unas nuevas generaciones que puedan enfrentar estos retos siendo ciudadanos globales excepcionales.


Le debemos a la sociedad una investigación de altísima calidad que nos permita encontrar las soluciones a todos los retos que amenazan nuestro futuro.


Le debemos a la sociedad estar pensando de manera permanente en los problemas que nos aquejan y en la manera de solucionarlos.


Y sí, vamos a tener que ser sostenibles, vamos a tener que redefinir nuestro modelo educativo en respuesta a la transformación digital, a las necesidades de las nuevas generaciones, al aumento en la expectativa de vida, y a la automatización de las ocupaciones. Eso ocurrirá, y lo haremos bien. Pero eso, reitero, no será lo más importante que tengamos que hacer en los próximos años.


Así que…


Los profesores y profesoras debemos ser baluarte de estos principios, modelos ejemplares, conscientes de nuestra inmensa responsabilidad con el mundo, comprendiendo que esta tarea, así como es de bella, es de trascendental; comprendiendo que la formación disciplinar de nuestros jóvenes es sólo una parte de aquello que le debemos a la sociedad.


Los empleados administrativos debemos ser el escudo que defiende nuestra capacidad para cumplir esta misión, debemos comprender que cada cosa que hacemos, también forma a estos jóvenes, contribuye a la producción de nuevo conocimiento, tiene un impacto directo sobre la sociedad. Desde lo administrativo debemos tener consciencia de ser también modelos para estos ciudadanos que le entregamos al mundo.


Las directivas debemos tener esta visión amplia y global de nuestra misión y debemos tomar decisiones audaces, que en ocasión podrán ser difíciles. Por el camino, debemos proteger el bienestar de todas las personas de esta comunidad para que este sueño sea posible, dar ejemplo, inspirarnos de manera permanente en el legado de nuestros fundadores que soñaron que esta universidad fuera un proyecto de transformación de país más que un proyecto educativo particular.


Las y los estudiantes deben asumir este reto de formación con responsabilidad, entusiasmo y compromiso. El mundo estará en sus manos, no pueden tomar esto a la ligera. No basta con quejarse de las generaciones anteriores, es indispensable prepararse para hacer.


Ustedes ya no son de un país, sino del mundo. Su compromiso es con la supervivencia de este planeta, con la protección de la paz y la democracia, con la promoción de los derechos humanos, con la igualdad de oportunidades para todos y todas sin importar su origen, género, raza, o religión, con la protección de la biodiversidad y lograr patrones de consumo que permitan mayor sostenibilidad. Deben contrarrestar, a toda costa, el odio y la intolerancia.


Dentro de los confines de esta Universidad se encuentra el poder de vencer los retos que amenazan nuestro futuro, el poder de inspirar, y el poder de convocar a más aliados para esta cruzada, dentro de los confines de esta Universidad se encuentra la voluntad y la capacidad para construir un mejor futuro.


En video: Palabras de Raquel Bernal en el Acto de Posesión como primera rectora de la Universidad de los Andes:

Escrito por:

Raquel Bernal

Rectora de la Universidad de los Andes