Torneando la incertidumbre y el miedo al fracaso
Luego de trabajar varios años en educación, Anamaría Sandoval decidió dar un salto, ser independiente y disfrutar de su pasión: la carpintería. Su decisión coincidió con el inicio de la pandemia.Anamaría Sandoval es egresada de la Maestría en Educación de Uniandes; luego de trabajar varios años en el sector educación decidió dar un salto, ser independiente y vivir y disfrutar de un oficio que la apasiona: la carpintería. Su decisión coincidió con el inicio de la pandemia por Covid-19.
Anamaría Sandoval, egresada de la Maestría en Educación de Uniandes, pasa sus días en overol, en su taller de carpintería. Junto a su socio Ramón Toquica diseñan y producen objetos únicos y específicos que les permiten posicionar su taller Cajas y Espigos como una alternativa para disfrutar del encanto, la versatilidad y calidad de los productos en madera. El sueño comenzó el mismo día que la pandemia en Colombia y, aunque no ha sido fácil, el trabajo en equipo y dar pasos para lograrlo, a pesar del miedo y la incertidumbre, demuestran que arriesgarse vale la pena.
“El 14 de marzo de 2020, último sábado que estuvimos libres, en la calle, sin miedo y sin tapabocas compramos —con mi socio— un torno. Ocho días después, cuando comenzaron las cuarentenas estrictas y los cierres, Ramón y yo también comenzamos a arrepentirnos de nuestro proyecto”, luego de un año así recuerda Anamaría el momento en el que por minutos ella y Ramón vieron un poco nublado el sueño de tener su propio taller de carpintería. Pronto les entregarían una máquina de más de dos metros de largo que no tenían dónde guardar y menos usar. En este tiempo parecía imposible arrendar un espacio, si quiera encontrar un lugar.
Antes de esto, Anamaría trabajó cierto tiempo en la facultad de Educación de la Universidad de los Andes y en varias fundaciones. Luego de un proyecto en el que conoció las mil y una posibilidades de crear ambientes de aprendizaje con la madera, decidió estudiar un técnico en carpintería. “Mi último trabajo fue muy retador y ahí dije: estoy lista para salirme de la normalidad. Rompí con mi zona de confort y me decidí por esto”, afirma.
Su entrada a la Escuela de Artes y Oficios Santo Domingo le permitió conocer a Ramón, quien tiene una empresa de ingeniería y había llegado a estudiar en 2019 como parte de un camino sanador emprendido luego de atravesar un tiempo de angustias y preocupaciones que debilitaron su salud. “Fue una oportunidad de aprendizaje pero sobre todo de encontrarme con personas diferentes, con ideas diferentes: con nuevos mundos posibles”, recuerda Ramón.
Contra todos los pronósticos, el torno de casi dos metros, se los entregaron en tiempo record y entonces, como si la pandemia frenara todo menos las ganas de trabajar por un sueño, por arte de magia, dos de sus profesores de la Escuela les abrieron un espacio de su taller para tener la máquina y comenzar a usarla. “Esta es una historia mágica e incluye ángeles todo el tiempo. Yo creía que el torno se iba a demorar pero nos cumplieron con la entrega y ante nuestro qué vamos a hacer, nuestros profesores nos abrieron las puertas de su taller y nos quitaron una carga enorme al permitirnos seguir adelante con nuestro sueño”, comenta Anamaría.
Comenzaron sin un rumbo fijo. “Le decíamos que sí a todos los proyectos y luego nos veíamos metidos en problemas porque el torno es para trabajar madera, redondearla y darle formas específicas y recibimos hasta materiales que no eran madera”, recuerdan. Pero a medida que avanzaban y aprendían nuevas maneras del oficio el camino se seguía despejando gracias a un trabajo responsable, a cumplir con lo que se comprometían y a empezar a entender lo que querían.
Con algo de camino recorrido, fue tiempo de conseguir más máquinas y de salir al encuentro de ese nuevo mundo posible que estaban construyendo. “Estábamos en una ferretería hablando con el dueño sobre quién podía vendernos una máquina y nos presentó al carpintero de la familia Santo Domingo, que estaba cerrando su taller. Él fue un padrino muy importante para nosotros porque nos ayudó mucho. Nos dio una visión técnica y nos enseñó que este era un oficio colaborativo”, afirman y también recuerdan que en ese momento ambos se preguntaron: “si este señor está cerrando su taller, ¿Cómo rayos vamos a despegar nosotros?”.
La crisis por la pandemia avanzaba y así mismo el taller de Anamaría y Ramón. Lo que creyeron imposible con esfuerzo fue dando frutos. Familiares y amigos los apoyaron, les compraron, los alentaron y ellos mismos fueron encontrando los productos en los que podían enfocarse y sobresalir. En octubre de 2020 consiguieron su propio taller. Apenas para la temporada de diciembre en donde su producción estuvo centrada en un reto que supieron resolver: tablas de madera giratorias perfectas para tablas de quesos, tablas en madera para la cocina, bateas para distintos usos en el hogar.
“Hoy en día trabajamos a puerta cerrada y nuestros clientes nos conocen por redes sociales. Por estos días es normal mirar con nostalgia qué estábamos haciendo hace un año, y nos enorgullece ver cómo Cajas y Espigos, nuestro taller de madera, cobró vida en medio de la crisis”, concluye Anamaría sentada en su taller, con Ramón, con su torno justo al lado de donde dan esta entrevista y en medio de varias máquinas y herramientas distintas que poco a poco configuraron su espacio de trabajo.