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¿Qué tan legítimo pueden ser los acuerdos si no se habla con los que de verdad llenaron las calles: los jóvenes? Columna de opinión de Marc Hosftetter
Marchas
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legitimidad
Por: Marc Hofstetter, profesor de Economía
Publicado en: El Espectador

Millones de colombianos no han salido a marchar. No apoyan las causas de quienes han parado. Miran con asombro los bloqueos sin fin de las carreteras, la escasez de alimentos en las ciudades, los destrozos de la infraestructura pública, los saqueos, la violencia que se toma las ciudades, se sienten secuestrados y temerosos. Algunos de ellos condenan la represión violenta y desproporcionada de las fuerzas de orden pero no pueden dejar de pensar “y qué quieren que hagan ante semejante vandalismo”. Otros en ese grupo hacen el inventario de la situación y apoyan con vehemencia que el Estado ocupe su lugar de nuevo con la sangre que se requiera: igual —piensan— ese combo de manifestantes está permeado por miembros de los enemigos internos y externos que desde la revolución bolchevique han acechado a la libertad y el orden.

Millones de colombianos han marchado o apoyan algunas causas de sus integrantes. Los congregó una reforma tributaria que fue propuesta en un momento de gran angustia financiera y emocional para muchos. Pero seguro la reforma fue solo el detonante; las causas de su desolación vienen de atrás: ya habían salido con fuerza en 2019, en aquellos lejanos tiempos prepandémicos. El incremento en la pobreza, las dificultades económicas acentuadas desde entonces y el cierre de la educación presencial, han ennegrecido sus perspectivas y sumado elementos a la causa de antaño. Muchos apoyan que las marchas sean pacíficas pero por dentro piensan que “les tiene que doler si no no va a cambiar nada”. A todos los une un rechazo a la represión policial de sus reclamos. A algunos el ataque a los miembros de la fuerza pública les parece natural pues representan en su imaginario lo peor de un establecimiento fascista que lleva décadas asesinando sus legítimas aspiraciones.

En ese contexto, un gobierno débil y ensimismado, sin recursos, alejado de su propio partido, trata de encontrar una salida. El paro debe ser levantado y el orden reestablecido: ciudades sitiadas son una olla a presión peligrosísima. Pero la solución tiene dos enormes dificultades. La primera: el detonante de las marchas, la reforma tributaria, respondía a una situación fiscal compleja: por cada 100 pesos que recauda el Estado, gasta más de 150. Antes de asumir nuevos gastos hay que estabilizar esa senda. Una sociedad que le pide más a su Estado no es viable si no lo financia.

El segundo, entender quién es el interlocutor adecuado. El paro lo convocaron los sindicatos tradicionales pero las calles no se ven llenas de curtidos sindicalistas. En una época en la que tener un empleo formal estable y por tanto pertenecer a un sindicato es un lujo, es difícil creer que esa sea la voz del verdadero descontento. Son los jóvenes quienes llenan las calles. Uno de cada cuatro está desempleado, llevan un año sin clases, encerrados, no ven futuro. Es con ellos que habría que hablar, es a ellos a los que debemos mostrarles las puertas de un mejor porvenir. Si no hablamos con los que es e ignoramos a los que no simpatizan con las marchas, no habrá legitimidad en lo acordado y estaremos solo sembrando la semilla de otro ciclo, quizás más atroz, de autodestrucción.

Twitter: @mahofste