A sus 29 años, Catalina Albornoz cuenta que de niña aspiraba a estudiar veterinaria, literatura o, tal vez, física. Pero no del todo convencida, lo que sí tenía claro era un extraño encanto por las matemáticas. En eso le iba muy bien en el colegio.

Aunque tenía mucho talento con los números, muchas puertas se empezaban a cerrar. De hecho, recuerda de manera anecdótica, que le pidió a uno de sus profesores que la inscribiera en las Olimpiadas Colombianas de Matemáticas. Él no lo hizo: "Que no era tan buena para eso, me dijo", rememora Albornoz. Un año después, en 2006, ella insistió y terminó siendo la campeona nacional del certamen. “Ese triunfo me sirvió a nivel personal y dije ¡Sí, soy buena!”, agrega. 

En grado 11, presentó una prueba vacacional para identificar una profesión que se acercara a su perfil, a sus sueños. Los resultados: medicina como primera opción. Pero Catalina no se veía con bata y atendiendo pacientes. Entonces se fijó en la segunda: ingeniería. Así que buscó cuál era más afín a las matemáticas y se dio cuenta que con ingeniería mecánica podía mezclar matemáticas y física, y descubrió, además, que los ingenieros mecánicos eran inventores: “Ahí dije: ¡esto es lo mío!”.

Esta decisión no fue muy bien recibida por su familia, su abuelo pensaba que la labor de Catalina sería arreglar carros. Incluso, sus padres trataron de persuadirla para que la cambiara. Ellos tenían temor sobre su futuro, pues pensaban que las opciones laborales serían escasas. Después de tanto perseverar logró el apoyo de los suyos e inició ingeniería mecánica en la Universidad de los Andes.

“Al principio no fue fácil. El primer proyecto que tenía que entregar era un motor de aire comprimido y fracasé, no funcionó. Hice de todo, pero no prendió”.

Ese día se hizo un mar de lágrimas y se cuestionó: "¿Será que mis papás y el profesor del colegio tenían razón? ¿Será que no soy buena para esto? Esas frases que te dicen todo el tiempo, tarde o temprano terminan afectando y sembrando dudas”. Pero siguió dándola toda para culminar su carrera. De hecho, hizo doble programa con ingeniería electrónica, área de la que terminó haciendo una maestría. Luego de graduarse, trabajó para Greenyellow Colombia como coordinadora de estudios energéticos, allí apoyaba el desarrollo de sistemas solares fotovoltaicos para la eficiencia energética.    

Se enfocó en la computación cuántica. Ingresó a una charla virtual para conocer más, con un panel femenino que buscaba resaltar el rol y el trabajo de las mujeres en este campo. En la jornada había un espacio de networking, donde ubicaban a los participantes en salas para conectar con otra persona por 5 minutos. Por esos azares de la vida, tuvo la fortuna de conocer a Denise Ruffner, una de las organizadoras del evento, que había trabajado en IBM y quien le propuso Catalina convertirse en embajadora de la computación cuántica. Ruffner le dijo que no era necesario ser física ni matemática para desarrollarse en este campo.

Catalina ha trabajado en arquitectura de soluciones para IBM, donde también fue embajadora de computación cuántica. Ha desarrollado proyectos de eficiencia energética, diseñado algoritmos para vehículos autónomos y agricultura inteligente. “Hoy puedo decir que tengo el trabajo de mis sueños. Doy conferencias en diferentes países para dar a conocer este campo que para muchos puede ser complicado, en un momento donde la investigación en esta área está creciendo”, cuenta ella que se desempeña como Quantum Community Manager de la canadiense Xanadu. 

Aunque ha superado muchos obstáculos para cumplir sus metas, unos por su juventud y otros por esos imaginarios relacionados con que la ingeniería es más para hombres, está feliz de ver cada vez más ingenieras y científicas exitosas, no obstante, recalca que "es importante fomentar en las niñas y jóvenes el interés por la física, la matemática y la computación. Aún son pocas las mujeres que se animan a estudiar estas carreras", concluye. 

Escrito por:

Johanna Ortiz Rocha

Periodista