Arturo Infante fue rector de la Universidad de los Andes entre 1985 y 1995. En este texto hace un recuento sobre los retos y los logros del periodo en el cual dirigió la Universidad. Igualmente, destaca los resultados alcanzados por las diversas facultades, centros de investigación y demás componentes de la institución, durante su gestión.  

Por: Arturo Infante Villarreal
 

Empiezo por traer a cuento que una de las razones por las cuales fui nombrado rector a mediados de 1985, fue mi creíble intención de permanecer en el cargo durante el tiempo necesario para realizar las transformaciones requeridas por la institución. Traía, además, la experiencia interna de haber sido vicerrector, decano de la Facultad de Administración, director de Desarrollo Financiero de la Universidad, profesor de Ingeniería Industrial y fundador-director del Programa de Alta Gerencia. 



El Diagrama 1 muestra la corta permanencia de mis antecesores en la rectoría, exceptuando a Ramón de Zubiría, quien permaneció en el cargo durante cinco años. Se hizo evidente que la Universidad necesitaba un Rector que liderara la institución en los profundos y prolongados cambios que se avizoraban. Recuerdo un célebre artículo que apareció por aquel entonces, “Managing the Educated”, de Peter Drucker, clásico en cuanto a su pertinencia, porque resaltaba los ineludibles desafíos y complejidades de gerenciar una institución integrada por gente altamente educada, como acontece en la Universidad. Mario Laserna tuvo claridad sobre todo esto, y por tal motivo postuló y defendió mi llegada a tan importante posición y, además, ayudó personalmente en los primeros años, particularmente, en el entorno extranjero americano y europeo. 

 Yo había llegado a Los Andes en enero de 1967, como el primer Ph.D. en ingeniería, en un momento de cambio intenso. Venía de Stanford donde se había modernizado la Ingeniería Industrial en Estados Unidos; se había propulsado la informática con la consolidación del Silicon Valley utilizando el Stanford TV Network para impartir educación avanzada no presencial, siendo la única Universidad en el mundo capaz de hacerlo eficazmente, sentando así un precedente de lo que hoy todos hacemos con el Internet. Además de estudiar, había trabajado en el Stanford Research Institute en el modelaje y optimización de sistemas complejos de gran escala, con el auspicio del Food Research Institute. 

Cuando asumí la rectoría –casi dos décadas después de mi llegada– una de las metas que nos proponíamos alcanzar en Los Andes era ofrecer programas doctorales de alta calidad y con reconocimiento internacional, los cuales no existían en el subcontinente fuera del ámbito religioso. En este cometido nos acompañaban otras universidades latinoamericanas, en especial la Universidad Católica de Chile y el Instituto Tecnológico de Monterrey, –que se había creado apoyándose en el Stanford TV Network– y más tarde, la Universidad de Campinhas. 

Mario Laserna, fundador de la Universidad, y Arturo Infante.


 Luego de varias reuniones prolongadas y sesudas, llegamos a la conclusión de que los nuevos programas doctorales latinoamericanos deberían ser reconocidos formalmente en el resto del mundo, particularmente, en Estados Unidos y Europa. Pensamos en crear una entidad acreditadora en nuestro medio, pero pronto, y por la experiencia misma del Tecnológico de 

Monterrey de haber sido creado con la acreditación internacional como telón de fondo, llegamos al acuerdo de someter voluntariamente, como punto de partida, nuestras universidades a la revisión de las entidades acreditadoras de la educación superior a nivel internacional. Sin ser plenamente conscientes, estábamos dando un salto gigantesco hacia la Modernidad. 

 En este afán, logramos que la organización americana (Accreditation Board on Engineering and Technology -ABET-) revisara y evaluara nuestra facultad de Ingeniería en 1992, y también que la (National Architectural Accrediting Board -NAAB-) valorara la Facultad de Arquitectura en enero de 1994. Luego sometimos a toda la Universidad a la revisión externa de la asociación de instituciones de Educación Superior de Estados Unidos (Southern Association of Colleges and Schools -SACS-), tarea que fue culminada en 1995. Estos fueron empeños totalmente novedosos y audaces en América Latina, por lo cual Los Andes se colocó, por primera vez, en una posición de vanguardia en el subcontinente. 

Lo destacable de la acreditación es el sometimiento voluntario a la revisión, apreciación y valoración externa internacional realizada por pares calificados, cometido opuesto al atrincheramiento en una torre de marfil de lo cual, infortunadamente, me acusó públicamente en 1994 el Fundador de la Universidad, sin advertir, que precisamente contra ese atrincheramiento estábamos luchando todos febrilmente, incluyendo a los miembros del Consejo Directivo de ese decenio. Sin esta innovación, las universidades y en particular los programas doctorales, no hubieran alcanzado el reconocimiento, la aceptación ni el nivel internacional que hoy tienen. Y no solo los nuestros, sino la gran mayoría de los que hoy existen en Colombia. 

Como anécdota, la Universidad Nacional dejó pasar una docena de años antes de someterse a la acreditación durante la rectoría de Moisés Wasserman, presumo, presionada por la necesidad de obtener la validez internacional de sus programas doctorales, sin la cual los doctores no tienen un reconocimiento internacional. Venía escudándose en la Ley 66 de 1867 y el Decreto-Ley 1210 de 1993, que le otorgaban una posición excepcional de autonomía académica a nivel nacional. Para mi tranquilidad y honrosa satisfacción, hice parte del grupo de pares académicos que evaluamos a esta prestigiosa universidad en 2008, hoy sometida a la acreditación por voluntad propia, como todas las demás. 



Para alcanzar todo lo anterior, intervinimos en la expedición de una nueva legislación con la vinculación del Vicerrector Luis Enrique Orozco en la Comisión Participativa que produjo la Ley 30 de 1992 -todavía vigente- la cual creó el Sistema Nacional de Acreditación para las instituciones de Educación Superior en Colombia, e introdujo tanto la participación estudiantil en los estamentos decisorios de las universidades como la carrera profesoral con la categoría de profesor Titular, sin la cual no es posible contratar ni retener a los profesores e investigadores de talla mundial –particularmente a los jóvenes. 

 También vigorizamos el interés tradicional de Los Andes de mantener y acrecentar su enlace con la academia internacional. Aprovechando la existencia de la Fundación de la Universidad en Nueva York, pusimos en marcha acciones tendientes a consolidar el apoyo de la comunidad colombiana en esta ciudad, además de estrechar los vínculos con Harvard, Maryland, Illinois y demás universidades del área. En este cometido fue importante el apoyo temprano de Mario Laserna para establecer los vínculos al más alto nivel con Jim Hammond, Isabel Dávila y los Directivos de la Fundación. Esto nos permitió acercarnos a Julio Mario Santo Domingo, a su esposa Beatriz Dávila y a Álvaro Mutis, quienes con su apoyo personal contribuyeron a obtener que la Universidad de Harvard creara su primer Matching Fund con nosotros, mediante el cual, por cada dólar de donación que consiguiéramos en Estados Unidos, ¡Harvard aportaría dos! Era la primera vez que tan prestigiosa universidad hacía esto. 

 En Europa afianzamos nuestra relación con la Universidad de Maguncia, al punto que en una ocasión nos visitaron con sus esposas, Klaus Beyerman, el Rector saliente y Joseph Reiter, quien lo reemplazaba. Con el sistema francés de Laboratorios conseguimos acuerdos mutuamente benéficos, lo mismo que el sistema universitario de Corea del Sur y con las universidades japonesas. También establecimos una relación directa con Apple, la cual nos permitió visitar periódicamente sus instalaciones en el Silicon Valley. 

En la creación de los programas doctorales de talla mundial atravesamos situaciones insólitas y muy dolorosas como el encarcelamiento de que fuimos objeto en los calabozos del DAS en 1996, yo como exrector, Ramón Fayad como decano de la Facultad de Ciencias y Mauricio Linares como director del Instituto de Genética. Este episodio, que se produjo como resultado de una tutela en las épocas iniciales de su uso y que finalmente logramos ganar, sirvió para clarificar los conceptos de autonomía universitaria, acceso a la investigación y derechos y deberes de los estudiantes, profesores e investigadores. 

Arturo Infante y Francisco Pizano de Brigard, exrector de la Universidad (1968) y miembro del grupo fundador de la institución.


 Un aporte destacado de mi década en la rectoría fue conectar a la Universidad y al país con Internet. Todo empezó con la creación del Programa Hermes en 1986, con el propósito de ofrecer acceso gratuito a la comunidad uniandina a la computación y alfabetización en las nuevas tecnologías digitales, aprovechando el moderno Centro de Cómputo que ya teníamos. En 1988, el Centro construyó la Red interna de la Universidad de los Andes (RDUA) para interconectar algunos de sus edificios, y un par de años después, dio un paso gigantesco para la época, al expandir su alcance a la Biblioteca Luis Ángel Arango. Esto lo aprovechó el profesor Hugo Sin Triana para persuadir a muchas universidades a unirse a nuestra RDUA utilizando las redes públicas y las telefónicas –además de cables físicos– para acceder a la Luis Ángel Arango. 

 Pero la interconexión mundial continuaba siendo el gran reto, por lo cual el profesor Carlos Alberto Uribe de Antropología y nuestro director Administrativo Iván Trujillo, exploraron la afiliación a la red internacional de computadores BITNET, antecesora del INTERNET, aprovechando la experiencia ya adquirida. Por fin, en 1989, se logró la primera conexión con BITNET, a través de la Universidad de Columbia con una irrisoria velocidad de 9,6 Kilobits/seg, un millón de veces inferior a los gigabits actuales, pero suficiente para el empeño de Hugo Sin y sus colegas. Este éxito animó la creación de la Red Universitaria Nacional (RUNCOL) con Los Andes como nodo principal y las Universidades Nacional, del Valle, del Norte, UIS y EAFIT como miembros, todo con el apoyo de TELECOM y el ICFES. Pero en 1991 apareció BITNET II y las direcciones IP que se venían usando para identificar a los conectados a RUNCOL fueron liberadas por ser propiedad de la Universidad de Columbia. Ante esta seria situación, Hugo Sin inició el trámite para obtener la asignación de nueve IP nuevas y registró el dominio “.co” que administró durante 9 años. Las anteriores andanzas ubicaron a Los Andes como institución pionera y capaz de hacer el enlace con Internet, que se avecinaba. 

 En 1992 Colciencias rechazó un proyecto que le presentamos para financiar la conexión del país con Internet por el desconocimiento e incredulidad existentes respecto a estos desarrollos. En la misma Universidad me tildaban de ser un rector empeñado en convertir a Los Andes en un instituto tecnológico y pedían que fuera reemplazado por un rector humanista. Pero persistimos y en 1993 Colciencias aceptó financiar la creación de INTErRED como corporación privada con mediación del ICFES, Colciencias y participación de varias universidades, entre ellas La Nacional, del Valle y EAFIT. Se adquirió el equipamiento requerido que fue instalado en nuestro Centro de Cómputo, acertadamente dirigido por Fernando Salcedo en ese momento, reforzado con personal calificado adicional. En junio 4 de 1994, por fin, logramos conectar a Colombia con Internet mediante una señal que llegó al cerro de Suba desde Homestead -sede del Centro de operaciones de IMPSAT la empresa especializada en tender redes metropolitanas a nivel mundial- y desde allí pasó a la torre de Colpatria para redirigirla a Uniandes, con una velocidad que había mejorado de 9.6 Kb/seg a 64 Kb/seg. Como lo anota Fernando Salcedo, en julio de ese mismo año nuestros estudiantes pudieron inscribirse en sus cursos en línea, usando la web. Al fin, fuimos parte del Internet. 

 Juntamente con la conexión a Internet, Los Andes adelantó una labor de “educación” del sector empresarial y gubernamental sobre el nuevo mundo digital, revelando la utilidad y potencial de las redes y la forma de utilizarlas en la generación de valor en las organizaciones. Esto condujo a la situación actual en la que el departamento de Ingeniería de Sistemas y Computación ofrece un pregrado, 7 maestrías en tecnología e información y un programa Doctoral. 

Foto: Fototeca, Universidad de los Andes.


 La responsabilidad de Los Andes con la temática ambiental también se consolidó por aquella época con el nombramiento de Manuel Rodríguez como primer ministro del Medio Ambiente (1993-1996), y posteriormente de Ernesto Guhl como viceministro (1994-1996). Ambos habían sido decanos y vicerrectores y se convirtieron en personajes reconocidos a nivel mundial. Ernesto tristemente desapareció hace casi dos años y Manuel, afortunadamente, nos continúa acompañando como profesor emérito y Miembro Honorario del Consejo Superior. 

Durante la década en cuestión, la matrícula del pregrado creció 43%, pasando de 5.347 estudiantes en 1985, a 7.669 en 1995. Se crearon nuevos postgrados como el Magíster en Dirección Universitaria (MDU), el Centro de Estudios de Periodismo (CEPER) y el Centro de Estudios Asiáticos. Pero como ya se mencionó, lo realmente novedoso fue abrir la puerta a los programas doctorales de talla internacional, que hoy proliferan en la institución. 



Todas las novedades que buscábamos tuvieron un impacto en los requerimientos de planta física con una demanda creciente por salones de clase, laboratorios especializados, salones de microcomputadores, espacios de estudio, expansión de la biblioteca, oficinas de profesores, aulas máximas y espacios para la administración de la institución, todo dentro de una situación de estrechez financiera. En 1985-86 se ampliaron las instalaciones de los departamentos de Ingeniería, Textiles y Artes y del Instituto de Genética y se construyó el Restaurante de Villa Paulina. Fue de gran ayuda el plan de ordenamiento espacial de la Universidad, elaborado en 1987 por Daniel Bermúdez y Alfredo de Brigard el cual estimuló la adquisición de predios colindantes y dio origen a los proyectos arquitectónicos de los edificios Alberto Lleras y de Matemáticas. En 1989 se expandió y remodeló el edificio de la Facultad de Ingeniería, se expandieron los laboratorios de hidráulica e Ingeniería Civil y se amplió la plazoleta de Ingeniería para utilizarla como auditorio externo con carpas desmontables. En 1991 se terminó el auditorio del edificio Alberto Lleras. En todas las obras anteriores intervino el arquitecto Daniel Bermúdez, hoy profesor emérito de la universidad. En 1994 revisaron el plan de ordenamiento espacial, Emessé J. de Murcia y Rafael Gutiérrez. Como resultado, en 1985, existían 36.200 m2 de construcción, los cuales en 1994 aumentaron a 51.229 m2. 

Por otra parte, con la aparición de la Ley 100 de 1993 sobre el Sistema de Seguridad Social Integral, se abrió la posibilidad de negociar las prestaciones sociales con todas las personas salarialmente vinculadas a la Universidad, para cuyo aprovechamiento fue preciso contratar empréstitos cuantiosos con la banca. De esta manera pudimos detener el crecimiento galopante de las obligaciones prestacionales que avizoraban la quiebra financiera de Los Andes, sin desconocer los derechos e intereses de los asalariados, en todos los niveles. Fue un esfuerzo titánico de negociación uno a uno, con el apoyo invaluable de la administración financiera de la institución y del Consejo Directivo mediante la intervención destacada del consejero Rodrigo Gutiérrez, infortunadamente, ya desaparecido. 

 La definitiva consolidación financiera de la Universidad la pudo realizar mi sucesor cuando recibió el apoyo del Consejo Superior para cambiar el precio de la matrícula derivado de la declaración de renta del patrocinador del estudiante, por un precio único, cercano al valor de la matrícula máxima. Esto no lo logré, porque la matrícula por declaración de renta se consideraba un valor distintivo e indiscutible de la Universidad. Durante años, aún mucho antes de ser Rector, traje a cuento la imposibilidad de continuar con este criterio. Mantenerlo fue un verdadero dolor de cabeza no solo para mí sino también para Iván Trujillo, Clemencia Nieto, Pablo Cendales y Alberto Schotborgh porque muchos de los más pudientes utilizaban todo tipo de trucos y engaños para pagar la matrícula mínima en lugar de la máxima que les correspondía. Así, nos convertimos en detectives con una red de espías a nuestro servicio. 

Los grandes desarrollos los ejecutaron posteriormente Carlos Angulo y Pablo Navas como rectores, aprovechando sus indudables capacidades, pero también la experiencia derivada de su participación activa como vicepresidentes del Consejo Directivo, durante el decenio de mi Rectoría.

En resumen, simplemente cambiamos la Universidad de los Andes. La transformamos de ser una institución clásica de formación universitaria del pregrado, con unos pocos magísteres (Junior College avanzado de Estados Unidos), en una universidad completa, moderna, con programas doctorales y líneas de investigación de relieve internacional, acreditada, conectada y evaluada mundialmente, con una clara comprensión de la autonomía universitaria, de la participación de los diversos estamentos que la integran y con una carrera profesional rigurosa y estimulante, hoy bajo la acertada rectoría de Raquel Bernal, primera mujer en ocupar este cargo. En este cometido aportamos significativamente a la construcción del sistema de educación superior moderno que hoy existe en Colombia y Latinoamérica. Todo esto se refleja en nuestra oferta actual de programas académicos: 17 doctorados, 87 maestrías, 34 especializaciones y 44 pregrados. 


 
Arturo Infante Villarreal. (Rector Universidad de los Andes: agosto 1985-noviembre 1995) 

En orden de precedencia, el equipo que colaboró en esta década memorable: 

Consejo Directivo: 

Presidentes: Darío Vallejo (Sep.83–Sep.87), Eduardo Aldana (Sep.87–Sep.89), Francisco Pizano (Sep.89–Sep.95), Carlos Angulo (Sep.95–Sep.97) 

Vicepresidentes: Andrés Uribe (Sep.83–Sep.87), Pablo Navas (Sep.87–Sep.89), Carlos Angulo (Sep.89–Sep.95), Pablo Navas (Sep.95 –Sep.97) 

Vicerrectorías: Ernesto Guhl, Luis Enrique Orozco y Gustavo González 

Secretaría General: Bertha Laserna de Brando, Constanza de León Londoño 

Dirección Administrativa: Iván Trujillo Mejía, Clemencia Nieto 

Centro de Cómputo: Hernán Moreno, Mauricio Arango, Fernando Salcedo 

Manejo Contable: Pablo Cendales 

Biblioteca: Angela María Mejía 

 

Decanos: 

Ingeniería: Antonio García, Hernando Durán, Alberto Sarria 

Administración: Manuel Rodríguez, Javier Serrano, Raúl Sanabria 

Ciencias: Margarita de Meza, Ramón Fayad 

Ciencias Sociales: Gretel Wernher, Elssy Bonilla 

Economía: Edgar Reveiz, Eduardo Sarmiento 

Arquitectura: Carlos Morales 

Derecho: Carlos Gustavo Arrieta, Mauricio Echeverri, Luis Ignacio Becerra, Alfredo Lewin 

 

CIDER: Rafael Pardo, Gustavo Esguerra, Edgar Forero, Eduardo Wills 

Admisiones: Alberto Schotborgh 

Estudiantes: Elena de Arango, Celia Spraggon 

Recursos Humanos: Margarita Gómez, Patricia Moncada, Lissy Amalfi, Elsa Josefina Amaya 

 

Servicio Médico: Germán Otálora 

Educación Continua: Laurie Cardona