





















La escritora colombiana Piedad Bonnett presentó el 13 de marzo su nuevo libro, 'Lo que no tiene nombre', un testimonio personal sobre la lucha de su hijo por vivir durante sus últimos diez años. Ganadora de prestigiosos premios de poesía, habla sobre la creación artística, el amor, la intimidad y la familia, entre otros.
Por: Andrés Ruiz Zuluaga
ma.ruiz55@uniandes.edu.co
Un escritor de verdad no puede tener miedo –dice Piedad Bonnett antes de despedirse. La entrevista terminó, es un martes muy apretado para ella. Su agenda está llena entre dictar clases, escribir columnas y cerrar su próximo libro, un testimonio personal sobre la lucha por vivir de su hijo Daniel Segura Bonnett durante los últimos diez años, antes de su suicidio, en mayo de 2011. Para ese texto se atreve con un género diferente a la poesía, a la novela o al ensayo, que usó en sus anteriores 18 obras (once libros de poesía, cuatro novelas y tres ensayos, sin contar sus textos periodísticos y para teatro).
Dos horas antes, a las 10 de la mañana de ese mismo martes, sentada en la sala de su apartamento en el norte de Bogotá, Bonnett, ganadora en octubre del premio de poesía Poetas del Mundo Latino 2012, enseñaba las obras de su hijo impresas en el libro Daniel Segura Bonnett, una recopilación de su trabajo, organizado por ella para regalárselo a sus amigos. Entre una página y otra, la conversación tocó su poesía, su obra, sus personajes…
A Bonnett, aunque nació en Amalfi, un pequeño municipio de Antioquia, no se le percibe el acento. Pasa como una bogotana más. En donde sí hay muchos rasgos de su origen es en su obra y la muestra más notoria está en su última novela, de hace dos años.
En la sala de su casa, puestos cuidadosamente en una mesa pequeña, se veían varios cuadernos, agrupados en filas. En sus hojas, frases en letra pegada escritas con micropunta y que han llegado de un momento a otro, ideas y citas que no quiere dejar pasar. – Los de novela y poesía son distintos. Para los viajes tengo unos pequeños –decía entusiasta, mientras sacaba de su bolso un cuaderno minúsculo, de unos diez centímetros.
Aquí golpeaba airadamente el
padre sobre la mesa
causando un temblor de cristales, una
zozobra en la sopa,
volcaba el jarro de su autoridad
aprendida, de sus miedos,
de su ternura incapaz de balbuceos.
No es más que la vida
Fragmento - Piedad Bonnett (1998)
La obra de Piedad Bonnett suele retornar a la infancia, a imágenes quizá muy suyas.
En la mesa de la sala quedó un sobre lleno de fotos. Ella las había sacado una a una y ahí aparecieron sus dos hijas, Camila y Renata, y sus pequeñas nietas. En sus manos hubo en ese momento muchos mundos entre la realidad y la ficción, como en cualquier narración, según ella.
De ese lugar en una esquina entre la realidad y la síntesis, entre la realidad y el recuerdo, puede salir ella misma de camino para alguna de sus obras. Pero por ahí, en esa o aquella curva, se vuelve otra. Le ha pasado. Ha iniciado un relato con ella como protagonista, y después resuelve que el personaje se adueña de la cara de otra mujer de su entorno.
Quizá no. La entrevista había sido en una sala al lado de su estudio, ambos en el mismo espacio: un escritorio, un computador, ambos rodeados de libros amontonados en una biblioteca y decenas de muñequitos sin categorías aparentes, sus “chécheres inútiles”, soldados, jinetes de colores, un pato que pedalea su triciclo, aves, un grillo que dobla en tamaño a su vecino –un tigre siberiano–, un dragón multicolor, un indio de película que cabalga ante los malabares de un elefante… Ahí crea la mayor parte de lo que hace. Tal vez allá decide qué se convierte en novela y qué en poesía. Qué se queda para una columna en El Espectador o qué se esconde para siempre en algún cuaderno.
Sus premios son en poesía. Además del que ganó el mes pasado, están el de Casa de América, de 2011, por Explicaciones no pedidas y el Premio Nacional de Poesía en 1994, además de una mención de honor en el Concurso Hispanoamericano de Poesía Octavio Paz. Cuando a su cabeza llega una novela, llega una tarea ardua.
Las letras, está claro, son lo suyo. Licenciada en filosofía de la Universidad de los Andes, Piedad Bonnett también ha escrito teatro.
Ese mismo martes, Piedad Bonnett llegó a sus clases de literatura en Los Andes, que dicta desde 1981, a las 2 de la tarde. Entre los jóvenes irradia juventud, frescura.
Al otro lado, en el extremo, una cabeza asintió y una voz femenina, tímida y casi inaudible, dijo: “Amortajados. Amor / taja /dos”. Sonrió. Toda la mesa imitó su gesto.
El amor, muy presente en la obra de Bonnett. ¿Quizá más que el amor, el desamor?
El salón era blanco, iluminado. Resaltaban unas gruesas vigas de madera en el techo y los marcos de madera de los ventanales que dejaban ver un mosaico de hojas de árbol y ladrillo.
Ese martes, Bonnett, magíster en teoría e historia del arte y de la arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia, dictaba un taller de creación literaria por el que han pasado varios escritores colombianos.
El gusto por la universidad solo es matizado por algo a lo que ha dedicado la mitad de su vida: corregir.
Ahora disfruta del amor, evita la corrección y al hablar de sus dos nietas su gesto cambia.
Esa mañana de martes, desde su casa, Piedad Bonnett había aceptado hacer un corto viaje a su pasado, a los nexos familiares de su obra, a esa cotidianidad que se refleja al leerla. A ese núcleo familiar de un papá contador, formado en el mundo de los números y pragmático, como ella lo describe; de una mamá comprensiva que la indujo por la lectura; y de sus tres hermanos inclinados todos por las ciencias sociales y humanistas: un director de cine; un actor de teatro, editor y traductor; y una hermana historiadora. Pero también aceptó viajar en el tiempo para revisar sus ideas.
"La literatura también es transgresora, no porque la provocación haga parte de su esencia, sino porque su verdadera naturaleza le exige al escritor volver a mirar el mundo como si fuera la primera vez", dice un texto de Bonnett escrito en el Magazín de El Espectador en 1998. ¿Realmente es posible ver el mundo como por primera vez?
La pregunta era necesaria: ¿no resultan más fuertes los golpes si se está desprotegido?
… Mi dolor es cerrado como un huevo,
un tambor, un olvido, una garganta
donde se asfixia aleteando el miedo.
Dolor embozalado…
Dolores
Fragmento - Piedad Bonnett, 2011
En el estudio de la casa de Piedad Bonnett el cuadro principal que presidía la sala es una de las pinturas de la obra Embozalados de su hijo Daniel, cuyo suicidio ocurrió el 14 de mayo de 2011, un día después de que su madre recibiera el premio de la Casa de América de Poesía. En el cuadro, un perro rottweiler con un bozal.
Segura Bonnett murió a los 28 años. Estudió artes y humanidades en Los Andes y estaba realizando una maestría en administración de arte en la Universidad de Columbia. A los 18 años le detectaron trastorno bipolar.
En el momento de su muerte, ella evitó especulaciones.
Fue tal su fortaleza que en pleno duelo escribió, durante cerca de diez meses, el que será su próximo libro, un testimonio sobre la lucha de ella y de su hijo.
Sus palabras, aunque cargadas de fuerza, han sido tranquilas, serenas. ¿Qué la llevó a publicar el libro? ¿Por qué tan rápido?
Bonnett espera que el libro saque a la luz, justamente, esos tabúes para que quienes viven algo similar comprendan un poco más. Pero, ¿y quienes no comprenden, quienes alimentan los prejuicios?
Son las doce del día y la escritora va a almorzar. A las dos la esperan sus alumnos del taller de creación literaria en Los Andes. Se despide con una frase:
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