Tatiana Cuero Rodríguez y su familia montaron un hotel en Mosquera (Nariño), a tres horas en lancha desde Tumaco. El hotel abrió sus puertas, pero a los pocos días tuvieron una gran preocupación: no llegaban huéspedes. Las ganas para emprender sobraban, pero no eran suficientes, el municipio no es turístico y además necesitaban capacitación para gerenciar el proyecto y salir del aprieto. 
 

Aunque Tatiana es médica, sus conocimientos no le aportaban mayores soluciones al hotel. En una región con dificultades económicas y aislada, necesitaba saber cómo podría no solo crear un impacto en el negocio familiar, sino también en su municipio, al entender que eran interdependientes. Como este hay muchos casos en regiones de América Latina, donde hay una carencia de formación para quienes quieren sacar adelante este tipo de proyectos. 

La oferta académica en lugares apartados es mínima, e incluso en ciudades capitales en países como México, Perú y Colombia la formación en negocios sociales o de impacto es incipiente, a diferencia de los programas tradicionales de gerencia. Así lo demostró un estudio realizado por Academia B, el Tecnológico de Monterrey y las universidades de Los Andes y Continental sobre el papel de las instituciones latinoamericanas en la formación de emprendimiento social, innovación social e inversión de impacto. 
 

 

La educación para emprender 

El estudio muestra como en el 80 % de las instituciones de educación superior los programas de emprendimiento de impacto no son parte de la oferta curricular permanente y que en la capacitación de profesores y la investigación en estos temas hay falencias o son inexistentes. 
 

“El estudio nos decía que, si no hay un apoyo en términos de formación, si desde las entidades públicas no existe ese ambiente de inversión en innovación y emprendimiento, es muy difícil que los emprendimientos puedan escalar”, señala Diana Puerta, directora de la Maestría en Gerencia y Práctica del Desarrollo (MDP) de la Facultad de Administración, de la Universidad de los Andes e investigadora en el estudio. 
 

Una maestría como la MDP nace de la iniciativa de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), con el propósito de cumplir los Objetivos de Desarrollo del Milenio, ahora Objetivos de Desarrollo Sostenible. A la convocatoria de la ONU respondió la Universidad de los Andes hace 10 años, junto con otras dos instituciones en Latinoamérica. En el resto del mundo, 36 universidades ofrecen el programa, entre ellas Berkeley y Harvard.  
 

Tatiana logró un cupo en la maestría y la está cursando actualmente becada, con otros 60 líderes de la región Pacífica colombiana, gracias a la alianza entre Los Andes, la Fundación Manos Visibles y USAID. Además de los fundamentos en gerencia y desarrollo sostenible, aprenden en la MDP a observar su entorno y a crear conexiones y redes de emprendimiento.
 

Eso hizo Tatiana para que el hotel siguiera adelante: comenzar a observar su pueblo y detectar las conexiones que allí se daban con otros actores y el ambiente. 

Ir más allá del dinero 

Este tipo de emprendimientos están dentro del modelo del Sistema B, que busca dar soluciones a problemas sociales y medioambientales sin descuidar la rentabilidad. Tatiana encontró en su entorno una solución para resolver el problema de su hotel en Mosquera: “Tenemos un ecosistema de manglar espectacular y me sale la idea, algo que estoy trabajando, ¿por qué no podemos crear la ruta del manglar?". 
 

Detectó actores que pueden beneficiarse de su idea. Pensó en las mujeres que recogen la piangua —el molusco que se encuentra en las raíces del manglar— y también en los motoristas de las lanchas de transporte de pasajeros, quienes ya comenzaron a recomendar el hospedaje. 
 

Para la directora, Diana Puerta, observar el mundo es inherente a los emprendedores, y esas miradas diversas las aportan en la MDP a sus compañeros y profesores. Por ejemplo, los estudiantes de Bogotá se preocupan por temas de residuos sólidos, desperdicio de alimentos, la movilidad, mientras que desde la perspectiva del Pacífico se piensa en aprovechar los productos de la biodiversidad. 
 

Fotos: Judy Pulido.









“¡La clase con ellos es vibrante! ¡Sentir que la inclusión genera una riqueza  infinita!”: Diana Puerta, directora de la Maestría en Gerencia y Práctica del Desarrollo (MDP). 








 

Este tipo de emprendimiento se ve a nivel mundial. Y aunque muchos emprendedores quieren tener empresas unicornio, esas que están valoradas por mil millones de dólares como Spotify o Airbnb, en el panorama también han salido otros “equinos” al mercado, estos con bases más orgánica: las cebras. 
 

Las empresas cebras buscan, además de ser rentables, mejorar algún aspecto de la sociedad. Ya sea por el servicio que prestan o por emplear a minorías. Para sus promotores tienen un crecimiento menos desbocado que los unicornios, que pretenden aumentar su valor rápidamente. Se podría decir que el valor en que quieren crecer con más rapidez es el de los beneficios para la comunidad. 


 

El emprendimiento de los titanes 

Hay muchas dificultades económicas y de orden público para los emprendedores en regiones colombianas apartadas, como lo señala Leidy Vanesa Robledo, estudiante de la maestría. “Por ejemplo si soy una persona que está buscando crear una destiladora de viche, estoy en este mismo momento expuesta a que bandas criminales atenten contra mi vida o que me pidan 'vacunas'”, dice Robledo, quien asesora varios emprendimientos en Quibdó (Chocó). 
 

A los problemas de seguridad se suman los de conectividad y energía. Para la profesora Puerta, estos emprendedores son titanes, porque arrancan la ardua carrera del emprendimiento con las desventajas propias de sus regiones, pero el talento y el empeño de cada grupo de estudiantes ha sido ejemplar. Para ilustrar su nivel, recuerda que la líder ambiental Francia Márquez pasó el proceso de selección de la maestría, pero tuvo que dedicarse a su proyecto político, con el que se convirtió en la actual vicepresidenta colombiana. 
 

El hotel de Tatiana continúa su proceso de consolidación y poco a poco se va volviendo un referente en Mosquera. Incluso piensa ampliar. Estudiando el tema de diversificación le surgió otra idea: en la terraza del hotel, donde planeaban secar la ropa, tiene proyectado un restaurante donde los clientes, además de comer, pueden disfrutar de la vista de los manglares y el océano Pacífico. 
 

Los emprendimientos tradicionales se están moviendo hacia los proyectos de impacto. Y aunque falta más oferta y capacidad de investigación en sus programas académicos, los que ya iniciaron ese camino continúan adelante para, como dice Tatiana “generar ese triple impacto: social, ambiental y económico”.