10/10/2014

La libertad está más ligada a la incertidumbre'

Juan Carlos Henao

Juan Carlos Henao, rector de la Universidad Externado de Colombia

Palabras de Juan Carlos Henao, rector de la Universidad Externado de Colombia, en la ceremonia de grados de la Universidad de los Andes, celebrada el 10 de octubre de 2014.

Me honra la invitación realizada por las directivas de la Universidad de los Andes, para disertar en esta ceremonia de grados. Este honor lo siento desde dos perspectivas: la primera, por provenir de una universidad a la cual le tengo un profundo respeto por su elevado nivel académico, por la formación que logra en sus profesionales y por el aporte que por esta vía hace al país y, la segunda, tan importante como la primera, porque la invitación surgió de su rector Pablo Navas, a quien conocí en mayo de 2012 cuando fui nombrado rector en el Externado de Colombia y con quien, de inmediato, tuve una empatía que pronto llegó a la amistad, lo cual, por demás, ha influido positivamente en la relación entre nuestras dos instituciones.

Me permito iniciar con una evidencia la misión que me ha sido encomendada: nos encontramos asistiendo a un ritual, a una ceremonia. Esta evidencia genera una pregunta: ¿por qué el ser humano tiene necesidad de recurrir a rituales y a ceremonias? ¿Por qué requerimos la presencia de familiares, de autoridades académicas, de un auditorio, de himnos y de discursos? ¿Por qué no basta recibir el diploma en la ventanilla de la facultad?

La respuesta es sencilla: el ser humano, desde sus inicios, ha requerido exaltar determinados acontecimientos mediante el rito. Rituales que pueden ser de la más variada índole: de muerte, de nacimiento, de guerra, de caza, de magia negra, religiosos, paganos, de tristeza, de alegría…

Lo común que tienen todos ellos es que suponen la exaltación de hechos vitales que según una cultura, un individuo o una institución, ameritan diferenciarse de la cotidianidad, de lo normal, de lo mundano. Todo ritual está marcado por el sentido de lo trascendente, convirtiéndose así en la antítesis de lo anodino, de lo que no tiene una valía especial.

Uno de los primeros rituales de la humanidad fue el funerario. La muerte, como veredicto del tiempo, como cancelación del tiempo vital, como inexistencia física, generó que el ser humano creara la necesidad de un ritual que lo trascendiera y lo diferenciara del resto de las especies. El ritual funerario zanja la tensión permanente entre lo finito y lo infinito, con lo cual no pretendo ni siquiera significar que obligatoriamente debe tratarse de un rito religioso, aunque lo sea en las más de las veces.

Pero no todo ritual supone muerte. Aún más, en la mayoría de ocasiones los rituales se presentan como “ritos de paso”, esto es, como si existiera una raya en el piso y la persona hubiere de pasar de un lado de la raya, al otro. Hay rayas más gruesas, de más hondo calado y hay otras de mayor simpleza. Cada cumpleaños es un rito de paso, cada año nuevo, el primer amor, el matrimonio o el entrelazamiento afectivo,...

Esos ritos de paso suponen entonces el tránsito de un estado a otro, suponen mutación, cambio, y colocan a la persona en un mundo distinto, con realidades distintas, con reglas distintas, con rutas distintas.

Ustedes, con el ritual académico que estamos celebrando, están cambiando la expresión de su propia realidad. Viven hoy una auténtica metamorfosis. Este rito, sin duda muchísimo más importante que el anual de fin de año o el de un cumpleaños, precisamente porque no es repetitivo, es el inicio de una etapa diferente de sus vidas. A partir de hoy serán otros y seguirán indefectiblemente viviendo rituales que marcarán su vida hasta llegar al último, que es el de la muerte y que ojala les llegue con una paz interior profunda y placentera. Esto último dependerá de cómo transcurren sus vidas.

Dicho lo anterior, ligo con otro tema que quiero resaltar: ¿Bajo qué valores vivirán al salir de este ritual académico? ¿Qué principios éticos ejercerán en sus vidas y cómo manejarán la integralidad que ella supone? ¿Qué aportes le harán a la sociedad en la cual están insertos?

A pesar de ser persona de pocos y contados principios, que considera que es mejor vivir bajo un minimalismo ético que se practique, eso sí, con solidez y coherencia, quisiera compartir algunas reflexiones del direccionamiento vital que he tenido con ellos.

Una primera reflexión se relaciona con la concepción de una educación que, usualmente, forma al ser humano bajo el manto de la seguridad y no bajo el manto de la incertidumbre. Se prepara al ser humano a vivir con seguridades a todo nivel: económico, afectivo, profesional, de salud, como si la seguridad fuera un fin en sí mismo. Mirando la vida desde otra perspectiva, se podría pensar que la incertidumbre es la que marca el camino de los seres humanos y que para ella debemos estar preparados. Creo en una educación y en una forma de vida basadas más en la incertidumbre que en la seguridad. Creo que la libertad está más ligada a la incertidumbre en tanto forma al ser humano para el desprendimiento, mientras que la seguridad está más ligada a la sumisión al suponer temor frente al cambio de lo que se tiene y se ha logrado.

Se contraponen así dos formas de concebir la vida.

De una parte, concepciones que buscan mediante el maximalismo ético, mediante la religión, mediante proliferación de normas sociales o jurídicas, generar mayores seguridades en el ser humano. Quizás por ello ha surgido históricamente la necesidad del pensamiento religioso, pues como bien lo dice Mircea Elliade en su extraordinario libro titulado Historia de las creencias y las ideas religiosas, “la conciencia de un mundo real y significativo está íntimamente ligada al descubrimiento de lo sagrado. A través de la experiencia de lo sagrado ha podido captar el espíritu humano la diferencia entre lo que se manifiesta como real, fuerte y rico en significado, y todo lo demás que aparece desprovisto de esas cualidades, es decir, el fluir caótico y peligroso de las cosas, sus apariciones y desapariciones fortuitas y vacías de sentidos”.

Pero desde otra perspectiva se puede citar al filósofo francés de la complejidad, Edgar Morin, quien afirma: “El siglo XX ha derruido totalmente la predictividad del futuro como extrapolación del presente y ha introducido vitalmente la incertidumbre sobre nuestro futuro. La educación debe hacer suyo el principio de incertidumbre, tan válido para la evolución social como la formulación del mismo por Heisenberg para la física.

Existen algunos núcleos de certeza, pero son muy reducidos. Navegamos en un océano de incertidumbres en el que hay algunos archipiélagos de certeza, no viceversa”.

La tensión entre estas dos concepciones, no necesariamente excluyentes de manera radical, son las que marcan el devenir humano, que oscila entre intentar consolidar de la manera más sólida posible causalidades que lo motiven, pero siempre frente al temor de que no se domina dicha causalidad. No dominamos la causalidad, lo cual se convierte en nuestro drama y nos quita trágicamente cualquier posibilidad de convertirnos en divinidades.

Si se tiene en claro lo anterior, surgen valiosos principios que pueden guiar nuestro comportamiento.

Uno primero, la sencillez. ¿Cómo poder ser arrogantes si no dominamos la causalidad y si vivimos bajo el constante acecho de la incertidumbre? ¿Cómo ser pretensiosos cuando somos de base ignorantes y avanzamos con certezas limitadas?

Esa sencillez debe ser derrotero de todos nuestros comportamientos, desde los personales hasta los profesionales. Tratamos de abarcar campos de conocimiento pero frente a la universalidad del mismo somos unos meros aprendices. Nunca lograremos el conocimiento global porque no somos omnisapientes ni gozamos de categorías divinas.

Permítanme recordar en este sentido una anécdota. En una ocasión tuve en un congreso de notarios una discusión sobre el concepto de familia con el actual Procurador General de la Nación. Preparándome para el debate, un culto amigo me habló de la figura de Lilith, que yo desconocía. Se trataba de la primera mujer de Adán, citada una sola vez en La Biblia –versión Biblia de Jerusalén-, (en Isaías 34, 14-15), y de quien la mitología afirma fue creada del mismo barro de Adán, con lo cual simbólicamente se generaba una igualdad de géneros que llevó, por problemas sexuales (Lilith quería hacer el amor encima de Adán pero éste se lo impedía por considerar que era él quien tenía derecho a esa posición porque al ser hombre debía estar más cerca de Dios), a que Lilith, por su rebeldía frente a Adán a quien consideraba su igual, fuera expulsada del paraíso y se convirtiera en un demonio mesopotámico. En ese momento fue reemplazada por Eva, que fue creada a partir de la costilla de Adán.

Si traigo a colación la anécdota anterior es para reiterar que la sencillez en la forma de vida debe ser un principio que guíe nuestras existencias. No conocía la importante figura de Lilith, que es considerada la primera feminista y que marca pautas a una noción de familia y de igualdad de géneros. Mi ignorancia, pues, frente a este tema, era absoluta.

No quiero decir que la ignorancia de base del ser humano que genera la imposibilidad de conocerlo todo, de abarcarlo todo, deba llevarnos al escepticismo. Todo lo contrario. Insisto: ¡Todo lo contrario! La lucha del ser humano consiste en arañar lo más posible el conocimiento, porque el conocimiento abre puertas hacia la libertad. Y en esto va un llamado a la academia, a lo académico, porque, como decía mi predecesor en El Externado, Fernando Hinestrosa, “la academia paga”, y no necesariamente porque genere dinero –aunque también puede ayudar a generarlo-, sino porque genera distinción, peculiaridad y muestra espíritus curiosos, que se dejan sorprender, que van más allá… Dicho espíritu fue el que me motivó a indagar sobre Lilith, de quien ya he leído tesis doctorales calmando un poco mi curiosidad en este desconocido tema.

La sencillez trae consigo otra serie de principios, fundamentales para nuestro comportamiento individual y social.

Así, por ejemplo, la tolerancia y el pluralismo. Ello porque cuando se es sencillo, cuando sabemos que la incertidumbre merodea nuestras vidas, no tiene sentido alguno  excluir al otro. Todo acto de exclusión es un acto antidemocrático. La sencillez exige un ser humano socializado, que parta de la necesidad del otro y del placer de compartir para tener mejores bases en el aprendizaje. Así, siempre debemos incluir en nuestras mentes y en nuestros actos el respeto por las minorías, que tienden a ser aplastadas por el horripilante poder de las masas y de las mayorías cuando se contagian de pensamientos autoritarios, con visos de superioridad sobre el otro. ¡Cuán usual es la criticable tendencia humana a creer que la mayoría puede anular al individuo! Craso error. Debemos partir de que en este planeta cabemos todos: los negros, los blancos, los aborígenes y los indígenas, los homosexuales, los heterosexuales y los transexuales, los gordos y los flacos, los religiosos y los ateos… Recordemos con Walt Whitman su hermosa frase en la cual decía que, “cuando conozco a alguien no me importa si es blanco, negro, judío o musulmán. Me basta con saber que es un ser humano”.

Y desde otro punto de vista, se debe reivindicar la honestidad, el transcurrir nuestra vida como seres probos, como ciudadanos intachables. La corrupción también es un acto contrario a la democracia, porque es un acto egoísta que excluye oportunidades de usar para el bien común la totalidad del erario público. Y ello sin afirmar que la corrupción parte de una equivocación ética de base de quien la practica: la necesidad de acumulación, con lo cual se contraría el importante principio de la austeridad, que no equivale a tacañería. La austeridad debe guiar nuestras vidas y acabar así con la concepción que ha implantado al dinero como el rey del universo, como el que gobierna la globalización de nuestro planeta, como el que todo lo consigue.

Estos pocos pero importantes principios que, por una decisión ética podemos y creo debemos apropiar, pueden convertirse en faros que iluminen el comportamiento que ustedes habrán de tener una vez salidos de este ritual.

Aplicándolos podremos ser optimistas, creer en la perfectibilidad del ser humano para no caer en un angustioso pesimismo que tiene tristemente demasiadas fuentes que lo alimentan: la devastación de la naturaleza, la permanente belicosidad del ser humano, las actuaciones egoístas donde ni siquiera se escucha -aún en la comunicación más trivial- al otro…

Todo debe propender pues a la educación hacia la libertad y hacia la igualdad. Para reiterar lo hasta aquí afirmado quisiera recordar brevemente una frase de una canción titulada Callejero, de Alberto Cortés, que bastante me marcó desde cuando tenía la edad de ustedes y que hace alusión a la historia de un perro callejero. En ella se dice: “Su filosofía de la libertad fue ganar la suya sin atar a otro y sobre los otros no pasar jamás”.

Bajo el rito de celebración del día de hoy, gocen, gocen mucho que lo merecen –incluyo a padres de familia y familiares que han hecho el esfuerzo de pagar una matrícula, de acompañar en los momentos de alegría y de dificultad a sus hijos o familiares-, … agradezcan a la vida la oportunidad que tienen al recibir este diploma y, sobretodo, no olviden que, como dice Albert Einstein, “Procuren no ser un hombre de éxito, sino un hombre con valores”. 

Ello nos animará a que ayudemos firmemente en la consolidación de un país cada vez más democrático, incluyente, tolerante, respetuoso del medio ambiente, donde quepamos todos.

Muchas gracias.

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