04/06/2021

"Estamos destruyendo nuestro mayor activo: la naturaleza"

Extensión de árboles verde y río
Por Santiago Valenzuela A.
Tomdado de: Centro de Objetivos de Desarrollo Sostenible (CODS)
 
¿Cómo va la economía? Esta pregunta, tan común en todos los países del mundo, muchas veces parece ignorar la base de toda actividad económica: la salud del planeta y su biodiversidad. El informe ‘La economía de la biodiversidad’, dirigido por el economista Partha Dasgupta y publicado por el gobierno de Reino Unido en febrero de 2021, ahonda en las relaciones estrechas entre el ser humano, su modo de vida y su entorno. Con la pandemia del Covid-19, la preocupación por el medio ambiente ha tomado fuerza y sin este, señala el informe, difícilmente podremos garantizar el bienestar de futuras generaciones.

En la introducción, el célebre científico británico David Attenborough señala que hoy los seres humanos, junto con el ganado que criamos, representamos el 96% de la masa de todos los mamíferos en el planeta. En el restante 4%, señala, “están desde los elefantes, los tejones, los alces y hasta los monos”. Además, agrega Attenborough, el 70% de la población de pájaros en el planeta son aves de corral que usamos para alimentarnos. “Estamos destruyendo nuestra biodiversidad”, comentó.

En 600 páginas, Dasgupta explica la evolución de la economía, la naturaleza como activo principal de la humanidad, la biodiversidad y los servicios ecosistémicos, los daños causados por el ser humano y los riesgos y la incertidumbre que ha generado nuestra especie de cara al futuro. Un aspecto central que señala este documento es el fallo de las instituciones a nivel mundial, no solo en su rol de protección de la vida de los seres humanos y las especies que lo rodean, sino en la concepción errónea de la naturaleza, la cual no ha sido valorada en su totalidad, no solo por lo que representa en términos de alimentos o extracción de materias primas, sino en aquellos servicios asociados al bienestar emocional, físico y cultural para nuestra especie.

Otra mirada al crecimiento económico

En los últimos 70 años, el Producto Interno Bruto (PIB) global ha aumentado 15 veces, mientras que la demanda de alimentos y servicios de la naturaleza ha excedido su capacidad de satisfacer las necesidades de toda la población. Durante esas décadas, como señala el autor del informe, el ser humano ha visto a la naturaleza como un agente externo del cual se pueden obtener ciertos beneficios, sin darse cuenta de que el humano hace parte de ese entorno natural.

Una muestra de ello es el siguiente ejemplo: hacia finales del siglo XX, los servicios de la biósfera estaban avaluados entre los 16 y 54 billones de dólares anuales, con una cifra promedio de 33 billones de dólares. En ese entonces, el PIB global estaba calculado en 18 billones de dólares anuales. “Se suponía que con esos datos debíamos apreciar la importancia económica de la biósfera, pero no fue así.

La economía, cuando se aplica con cuidado, está destinada a servir a nuestros valores éticos, dice el autor. Por eso, agrega, es erróneo señalar que a la biosfera se le puede imputar un valor monetario, cuando lo cierto es que su valor trasciende una cifra anual o un promedio y, de hecho, la biosfera está relacionada con el bienestar no solo de la especie humana sino de miles más. Por otro lado, el autor señala que los ecosistemas se diferencian de los capitales producidos por el ser humano por lo menos en tres aspectos: la depreciación en muchos casos es irreversible, no es posible replicar un ecosistema degradado y los ecosistemas pueden colapsar abruptamente, sin previo aviso.

Infortunadamente, la afectación a los ecosistemas avanza vertiginosamente. La contaminación, por ejemplo, esconde de fondo serias consecuencias para la vida del planeta, como la destrucción de la capa de ozono, la reducción de la calidad del agua y la pérdida de los bosques, entre otros fenómenos de los cuales como especie difícilmente nos podremos recuperar. Diferentes economistas, como muestra el informe, han intentado estimar el daño probable de cada nueva tonelada de carbón en la atmósfera, teniendo en cuenta impactos en la agricultura, la salud, los hábitats costeros. etc. Las estimaciones del costo social de carbono oscilan entre los 15 y 100 dólares por tonelada de CO2.

La intervención del ser humano en la naturaleza no ha sido del todo racional. Como explica el autor, con menos del 2% de la superficie terrestre, los bosques tropicales son el hábitat para el 50% de las plantas y animales del planeta. En una sola hectárea de este tipo de ecosistema, por ejemplo, se pueden encontrar 480 especies de árboles diferentes. Un solo árbol de la Amazonia, dice el informe, puede albergar más especies de hormigas que todas las islas británicas. No obstante, este ecosistema ha perdido el 17% de su territorio en las últimas décadas por deforestación. Además de su enorme biodiversidad, ese ecosistema es clave para mantener las lluvias en países como Bolivia y Argentina. Sin embargo, la intervención humana lo está destruyendo.

El cambio es urgente

En 1950, la población mundial ascendía a 2.500 millones de personas. En 2019, la población rondaba los 7.700 millones de personas. Este crecimiento ha generado serios impactos en la naturaleza, en buena medida porque la actividad económica se multiplicó por 13 en 70 años, como señala el informe, un cambio nunca antes visto en el planeta. En estas décadas también se ha visto cómo ha aumentado la esperanza de vida: hace 70 años esta alcanzaba los 46 años de edad y hoy está por encima de los 72 años. Asimismo, la población mundial que vive en pobreza absoluta ha caído casi 60% desde 1950.

Este progreso ha afectado a la naturaleza de forma irremediable: como lo muestra el informe, en el planeta existen entre 8 a 20 millones de especies y se han reconocido y nombrado cerca de 2 millones. Se estima que las tasas actuales de extinción de especies han aumentado entre 100 y 1.000 veces con respecto a la tasa promedio de extinción durante las últimas decenas de millones de años.

En términos absolutos, señala Dasgupta, 1.000 especies se están extinguiendo cada año si se toma 10 millones como el número total de especies. Con respecto a los grupos más estudiados (vertebrados terrestres, plantas) alrededor del 20% de las especies podrían extinguirse en las próximas décadas y quizás el doble para final de siglo. El autor plantea tres grandes razones: la presión humana sobre la biosfera ha aumentado, la distribución de esas especies coincide con cientos de otras especies en riesgo de extinción — las cuales sobreviven de forma precaria en regiones con alto impacto humano— y tercero, las interacciones ecológicas estrechas entre especies tienden a llevar a otras hacia la aniquilación.

Otro punto importante que vale la pena destacar del informe es la afectación de los océanos, los cuales son esenciales para preservar el planeta. En primer lugar, ayudan a estabilizar el clima, también producen oxígeno, nutren la biodiversidad, almacenan carbono y le brindan directamente alimentos y nutrientes al ser humano. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), para 2030 los océanos generarán cerca de 3 billones de dólares anuales en bienes y servicios. No obstante, los niveles de oxígeno en los océanos han disminuido drásticamente durante los últimos 50 años. Desde entonces, las zonas sin oxígeno han crecido en 4.5 millones de kilómetros cuadrados, un tamaño similar al de la Unión Europea. En las aguas costeras, agrega el documento, el número de sitios con poco oxígeno ha aumentado de 50 a 500.

Dasgupta hace énfasis en la poca importancia que el ser humano le ha dado a los océanos. Los océanos, señala el informe, han absorbido el 93% de energía extra gracias al efecto invernadero y cerca del 30% del CO2 generado por la humanidad. En el océano, los arrecifes de coral son esenciales, pese a que ocupan el 0.1% de la superficie de la Tierra. Estos proporcionan el hábitat para el 25% de los organismos marinos conocidos. Sin embargo, el 75% de los arrecifes de coral están deteriorándose y hasta un 95% están en peligro de perderse para el año 2050.

Para Sandra Vilardy, profesora de la Universidad de los Andes y directora de la iniciativa Parques Nacionales Cómo Vamos, las afectaciones en los mares de América Latina son evidentes: “El blanqueamiento de los arrecifes de coral asociados al calentamiento de las aguas del mar se está haciendo cada vez más frecuente en la región y esto genera, en primer lugar afectaciones ecológicas en uno de los ecosistemas más biodiversos del planeta, y en segundo lugar pérdidas importantes asociadas a la producción pesquera, de especies de alto valor comercial como langostas, moluscos, pargos y meros.

Por otro lado, a las afectaciones ecológicas se suman las del turismo: las playas tan hermosas del Caribe conservan sus atributos de playas de arena blanca gracias a las relaciones ecológicas en los arrecifes de coral. Otro tema preocupante es el aumento de zonas muertas por la pérdida de oxígeno, este problema ya se ha hecho evidente y va en aumento en el Gran Caribe especialmente en las desembocaduras de varios ríos asociados a actividades portuarias e industriales, incluso se pueden ver algunas señales en zonas ecológicamente muy importantes, pero en proceso de deterioro ambientalmente como en la Ciénaga Grande de Colombia, por solo mencionar un ejemplo”.

En tierra firme, la situación tampoco es alentadora. Si bien la erosión del suelo usualmente es lenta en ecosistemas estables, los estudios citados por Dasgupta sugieren que alrededor del 80% de las tierras agrícolas en el mundo presentan una erosión moderada o severa. Por otro lado, el 90% de los humedales, los cuales son ricos en carbono y nutrientes, se han perdido en los últimos 300 años (el 35% desde 1970, según la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos, IPBES por sus siglas en ingles). La tasa de erosión del suelo actual es la más alta en los últimos 500 años, lo cual es sumamente preocupante, pues este fenómeno genera reducciones en la biodiversidad, contaminación del agua, pérdida de biodiversidad aérea y calentamiento global.

El informe ahonda en diferentes aristas de la intervención humana en la naturaleza, e incluso señala puntos sustanciales que productores y consumidores pueden considerar. Por solo mencionar un ejemplo, la industria de la moda produce entre el 8 y el 10% de las emisiones de CO2 anualmente y utiliza más de 79 billones de litros de agua al año. Esta industria, agrega Dasgupta, es responsable del 20% de la contaminación industrial de agua y aproximadamente del 35% de la contaminación micro plástica oceánica (190.000 toneladas por año). Actualmente, las prendas de vestir se desechan mucho antes de su vida útil física, por lo cual se consumen grandes cantidades de textiles (aumentando de 5,9 kg a 13 kg per cápita entre 1975 y 2018). Cambios tanto en la producción como en el consumo, solo en este sector podrían generar cambios positivos en los ecosistemas.

El rol del sector privado, como se puede leer en el documento, es esencial y necesita ser examinado y replanteado. Por ejemplo, después de los incendios que se registraron en la selva amazónica en 2019, 246 inversionistas con activos de hasta 17,5 billones de dólares firmaron una declaración para eliminar la deforestación de sus cadenas de suministro, proponiendo la implementación de políticas de deforestación cero, evaluando y minimizando los riesgos en sus operaciones. Estas acciones son valiosas, pero como señala Dasgupta, el compromiso del sector privado sigue siendo bajo. En un estudio realizado con los 75 empresarios más poderosos del planeta, quedó en evidencia que menos de la mitad están comprometidos con mayores inversiones para proteger la biodiversidad.

De acuerdo con Germán Andrade, investigador senior del Centro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, “en Colombia, el concepto de capital natural tampoco es ajeno a hacedores de políticas y reflexiones académicas. Sin embargo, la pregunta que surge es sobre su impacto. En efecto, en el Plan de Desarrollo del actual gobierno se menciona la ‘biodiversidad como un activo estratégico de la nación’, ratificando la consciencia sobre esta dimensión del patrimonio natural. No obstante, la decepción crece a medida en que se agota el tiempo de este gobierno, pues prácticamente nada se ha hecho para que tal afirmación pase de la retórica a la acción. Las respuestas han sido un poco más de lo mismo y no el cambio transformativo y disruptivo que tal afirmación debería conllevar en las estructuras institucionales y en los procesos de toma de decisiones”.



 

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