"Nada semejante en materia de estudios, salvo la reforma y construcción de la Ciudad Universitaria, en la época de la Revolución en Marcha, puede compararse en todo el curso del siglo XX con la fundación de la Universidad de los Andes". "Nada, de tanta trascendencia y con tantas repercusiones en todos los órdenes, se ha cumplido entre 1936 y el atardecer del siglo XX, como la aparición de la Universidad de los Andes". Con estas afirmaciones reiterativas expresaba Alfonso López Michelsen su admiración hacia la obra de Don Mario Laserna Pinzón.

Y es que al despedirnos hoy del científico, del visionario, del humanista, del profesor, de nuestro fundador, no podemos, sino pensar con nostalgia en esa banda de veinteañeros, inteligentes, estudiosos, rebeldes, conscientes y plenos de ilusiones que, tal vez sin saber a ciencia cierta qué era lo que el joven Mario estaba proponiendo, lo siguieron en esa cruzada contra la violencia, el fanatismo y el fratricidio, en esa empresa quijotesca del espíritu científico, el ánimo investigador y la sed de conocimiento. Y lo lograron en noviembre de 1948, ¡hace 65 años! Sentaron entre todos, de manera mancomunada, los fundamentos de esta institución, sólida, prestigiosa, reconocida a lo largo de su historia, y con ello rebatieron a todos los escépticos y mostraron, de la mejor manera posible, que lo que se hace con pasión, con alma, vida y sombrero, pervive, florece, fecunda. Generación tras generación hemos intentado seguir el ejemplo de independencia, de pensamiento y principios de servicio a Colombia, y lo que siempre queda de esa reflexión es la admiración a quien los animó, a quien los lideró. A nuestro fundador distinguido. Y aparece la certeza de que entre todos hicieron una obra espléndida, pero si uno no hubiera existido, hoy no habría nada.

Entonces agradecemos que haya sido colombiano, que su paso por este mundo haya sido por Bogotá, Colombia, que hubiera estado aquí justamente en el medio del siglo, en el momento en que el país y sus circunstancias más lo necesitaban. "The right man, in the right place, at the right moment", como lo afirmara su entrañable amigo, Francisco Pizano. Celebramos esa suma de peculiaridades y virtudes que a veces confluyen en personas únicas e irrepetibles, que hacen que nazcan criaturas inimaginables, que cristalizan en seres que no temen apartarse de lo común, como él, que nunca hizo cosas obvias, que se empeñó en realizar hazañas improbables, que combinó coraje y audacia, que amó la vida, que gozó su existencia con plenitud.

En el caso de Mario, creo que no tendremos que esperar a que la historia entienda su importancia y reconozca sus contribuciones. Merecidamente, Mario recibió en vida infinidad de demostraciones de admiración, reconocimiento y agradecimiento, desde los Presidentes de la República hasta los estudiantes. Variados y lúcidos documentos se escribieron sobre él. Testimonios de Francisco Pizano, Andrés Arango, Carlos B. Gutiérrez, Willy Drews, Alfonso López y Alberto Lleras, para mencionar solo algunos. Honores desde la Cruz de Boyacá, hasta el nombre del edificio en que hoy estamos, que el Consejo Superior de la Universidad quiso bautizar en vida, cosa muy inusual en esta institución, para resaltar su calidad única de Fundador Distinguido.

Habrá tiempo para que académicos y discípulos de Mario escriban e investiguen sobre su vida y su obra. La ceremonia en que la Universidad recibirá sus cenizas para que reposen aquí para siempre, podrá ser una buena oportunidad para reflexionar sobre la magnitud de su personalidad y de su legado.

Como dice Willy Drews en su "Crónica de una Biografía", Mario tenía "un sistema infalible de manipular a sus amigos, siempre, por fortuna, para buenas causas". Su capacidad de reclutar apoyo y de encarrilar adeptos a sus causas era única. Alberto Lleras lo resaltó diciendo:

"Laserna tiene ese don de aproximación directa que lo lleva a no ver los obstáculos para sus propósitos más brillantes, como construir una universidad. Y allí está dando una lección de perseverancia a toda una generación que no sin fundamento vacila sobre su rumbo y lo cambia al soplo de las tumultuosas corrientes de nuestra época; de desinterés a quienes piensan que hay que precipitarse a puñetazos y mordiscos sobre el resto de la humanidad para llevarse la presa a la nueva caverna funcional; de valor y decisión, a los tímidos y a los escépticos a quienes todo su apetito de lucha se les aplaca y extingue en la incruenta ferocidad de los campeonatos deportivos; de buen humor y de humildad formal a los coléricos y presuntuosos; de lealtad, de rectitud, de nobleza, a todos nosotros".

La aparente originalidad de Mario Laserna fue quizás una de las razones por las cuales pudo desarrollar esa gran capacidad de interacción, con los más encumbrados personajes y también con los más sencillos, todos por igual. Recuerdo que en una de sus anécdotas comentaba que quizás de quienes más aprendió de la vida y del diario trascurrir había sido de sus colaboradores en la ganadería del Tolima y de la Costa. Hablaba y le daba tanta importancia a un Adonis o a un César que a un jefe de estado o a un premio Nobel. Entendía y respetaba la naturaleza como algo tan importante como la vida humana; jamás marcó la diferencia entre quienes lo rodearon, para él era lo mismo un maletero que un estudiante, un ciclista que un profesor, un obispo que un buzo, o un ministro que un conductor. Tuvo la gran virtud de permitir que quienes lo gozaron pudieron gozarlo sin que existieran antesalas ni barreras. Jamás buscó ser protagonista, ni se dejó abrumar por las tan honrosas posiciones que ocupó. En esta universidad, ni él, ni ninguno de los fundadores, tuvo nunca privilegio alguno en la estructura de gobierno. Nunca aceptó la rectoría; solo en una oportunidad, por necesidad imperiosa de la Universidad, cedió y la ocupó en calidad de encargado. Como lo anotaba Francisco Pizano:
"Lo que he respetado siempre en él es esa capacidad de completo despojo de sí mismo. Él nunca ha pensado que su destino es su propia comodidad".
Fue un visionario que transmitió con toda la contundencia su mensaje. Pero lo hizo con sencillez. Advirtiendo de los peligros que se podían avecinar, decía en su discurso al celebrar los 40 años de la Universidad "abran los ojos y prendan la vela, pero ni tan cerca que queme al santo, ni tan lejos que no lo alumbre".

Hoy, a todos los aquí presentes nos embarga un sentimiento de tristeza serena que presagia la nostalgia que prontamente nos abordará. Pero no tenemos ningún sentimiento de desconsuelo, ni de angustia, ni de intranquilidad, pues lo que estamos haciendo hoy aquí es celebrar la existencia de este hombre mercurial, como lo denominaría Alberto Lleras cuando le otorgó por primera vez la Cruz de Boyacá, "al hombre de ciencia, al patriota ejemplar y al fundador de una gran obra, la Universidad de los Andes".

Profesor Laserna: Muchas gracias en nombre de los más de 65.000 egresados de la Universidad de los Andes. Gracias en nombre de los 17.000 alumnos que a diario recorren este claustro y de los cientos y cientos de profesores que han encontrado en esta universidad una maravillosa oportunidad para desarrollar su proyecto de vida. Muchas gracias en nombre de un país que se ha beneficiado de ese sueño que usted se inventó hace 65 años, y que es hoy esta formidable Institución.

Que Dios lo guarde en su Gloria.

Muchas Gracias.
Escrito por:

Pablo Navas

Exrector de Los Andes