25/08/2011

Campo para soñar

Liceo Campo David

El Liceo Campo David fue el mejor del país, según las pruebas del Icfes del 2010.

Cómo es un día en el liceo Campo David, un colegio del sur de Bogotá cuyos estudiantes son de estratos uno, dos y tres y que durante los últimos ocho años ha estado entre los mejores 15 de Colombia. En las pruebas del Icfes de 2010 fue el número uno, 18 de sus bachilleres han sido becados en Los Andes y 80% de ellos logra cupo en la Nacional.

Por: Diego Pinzón Másmela
da.pinzon38@uniandes.edu.co

Una tienda de víveres, un taller de mecánica automotriz, un montallantas, unas cuantas casas y una venta de golosinas rodean una edificación del barrio El Tunal en el sur de Bogotá, cuya fachada sostiene una placa que ubica la ‘calle 46 s # 21-27’. Es el Liceo Campo David, colegio que fue el mejor del país según las pruebas del Icfes de 2010. Congrega a 690 estudiantes de estratos uno, dos y tres la mayoría de la localidad de Tunjuelito que sueñan con un futuro brillante. Y lo logran.

En una frase: “Lo primordial es la planeación de los sueños. La enseñanza sobre el amor por el conocimiento y por convertirnos en personas de bien para el país y que marquen la diferencia hacen que el Liceo no sea solamente un Colegio sino una segunda casa. En las clases nos enseñan la importancia de ser justos, honestos y serviciales”.

Angie Nathaly Sabogal Niño, 21 años, bachiller en 2006 de Campo David. Décimo semestre de Medicina en Los Andes y beneficiaria de Quiero Estudiar.

Durante ocho años el Liceo se ubicó entre los mejores quince colegios del país. Dieciocho de sus más destacados estudiantes de las últimas promociones han logrado becas en la Universidad de los Andes y 80 por ciento de sus bachilleres han conseguido cupo en la Universidad Nacional.

Son las 6:45 a.m.

En la puerta del colegio se inicia un desfile de gorros de lana, chaquetas y bufandas acompañados por un leve vapor que sale de la boca de un ejército de estudiantes, que a paso lento y sin pausa ingresan emitiendo un tímido “buenos días”. Al pasar la portería, a primera vista, un pendón cubre gran parte de una pared del edificio de tres pisos, que refleja en la retina de estos jóvenes una frase: “25 años de excelencia”.

A tres pasos de la única cancha de baloncesto que tiene esta sede –los niños de preescolar están a pocas calles–, sale de su oficina un hombre de estatura media y tez morena. El resplandor de su corbata le da vida a la opacidad del traje que lleva puesto y su mirada goza con la llegada de los estudiantes. Observa, como en un espejo, su pasado, pero el presente lo llama, hace un giro y regresa a su centro de operaciones.

Él es Henry David Romero Vivas quien, de la mano de su esposa Olga Cecilia Amaya, es el creador y hoy rector del Liceo.

Sentado en su oficina, rodeado por una biblioteca congestionada, Romero recurre a sus apuntes en letra cursiva, levanta la mirada por encima de sus lentes y recuerda: “Campo David nació el 24 de mayo de 1986 en un espacio de 6,70 x 36 metros y empezó solo con preescolar”. Ante el pedido de los vecinos del barrio se implementaron la primaria y el bachillerato. En 2001, se graduó la primera generación de bachilleres.

A pesar de algunas dificultades económicas, la educación siempre ha hecho parte de la vida de Romero. Terminó su bachillerato en Anolaima –Cundinamarca–, es licenciado en Química de la Universidad Libre, Comunicador Social del Externado de Colombia y fue maestro del colegio Nicolás Esguerra de Bogotá. En su juventud tuvo muchos sueños… Uno de ellos, Campo David.

Y como buen soñador, inspira ilusiones: “La inequidad, la injusticia social y la exclusión las estamos contrarrestando a través de aspiraciones colectivas de las familias y de la escuela, para que estos jóvenes tengan una esperanza, una opción de vida”, afirma.

En la primera media hora de clase, los liceístas asisten a una dirección de grupo en la que el profesor revisa un control de tareas del día que debe estar firmado por el acudiente de cada estudiante y posteriormente organiza un cronograma.

El reloj marca las 7:15 a.m.

Un timbrazo que retumba en todos los salones indica que es hora de iniciar las clases. Cada docente se dirige a su  respectiva aula y, ante la desigualdad de las hileras de pupitres que desentonan con la uniformidad de los alumnos, empiezan las matemáticas, las ciencias naturales, la química, la física, la filosofía, el lenguaje y las ciencias sociales…

En áreas como trigonometría se trabaja por binas: más allá de la explicación del profesor, otro especialista en matemática pura complementa.

Las ajedrezadas paredes del salón están cubiertas con carteles hechos por los alumnos que les recuerdan, cada momento, sus metas. En ellos se conjugan verbos como “ganar, rendir, obtener, destacar, contribuir”. Ya en clase los jóvenes apuntan sus miradas al tablero, que hace de pista por donde se desliza un marcador que plasma figuras y símbolos matemáticos. Algunas manos de estudiante recuestan su dedo índice sobre la boca, otros lo llevan hacia su frente, unos más asienten, y otros se buscan inquietos para debatir.

Para llegar lejos hay que ser competitivo y los números favorecen a los liceístas. En 2006 obtuvieron un porcentaje de 62,76 sobre 100 en las pruebas del Icfes, promedio que lograron mantener hasta 2009. En 2010 esta cifra se disparó, llegó a un porcentaje de 78,04 sobresaliendo en física, química y matemáticas. Esto lo ubicó en el primer lugar nacional entre 10.013 colegios, seguido por el instituto Alberto Merani, de Bogotá.

En una frase: “Desde primaria, el colegio nos guía para obtener buenos resultados en el Icfes y en las pruebas de admisión a la universidad. Desde primero de primaria los exámenes finales de cada bimestre son pruebas de selección, nos entregan una boleta en la que nos asignan un salón, vamos vestidos sin uniforme y únicamente llevamos la citación, lápiz, borrador y tajalápiz”.

Javier Antonio Silva Monroy, 21 años, bachiller en 2006 de Campo David. Noveno semestre de Derecho en Los Andes. Beneficiario de Quiero Estudiar.

Conseguir estos resultados y obtener cupos en las mejores universidades del país no es fácil. La exigencia es primordial. En Campo David no existe un prototipo de maestro, los profesores no solo deben ser expertos en el área académica sino que también deben tener una actitud altruista y de servicio social. Desde su ingreso aceptan la misión de guiar a los alumnos con una visión concreta y práctica de la profesión que buscan y de cómo prepararse para las pruebas que implican el ingreso a la universidad.

Ahí parece estar la clave del éxito de este Liceo. Además, los profesores combinan, en la enseñanza, el conocimiento de la asignatura sumado a sus experiencias de vida.

Según Romero, hay tres factores elementales: planear, ejecutar y evaluar.

Los resultados se ven no solo en el Icfes. Durante los últimos cuatro años han ganado el primer puesto de las olimpiadas nacionales de química organizadas por la Universidad Nacional, triunfo que les dio el cupo para representar a Colombia en las olimpiadas iberoamericanas en Costa Rica (2008), Cuba (2009) y México (2010).

Es claro que la química, la física y las matemáticas son el fuerte. Sin embargo, en el contenido de otras asignaturas se hace énfasis en comprensión de lectura, redacción de ensayos y análisis de textos, elementos importantes al presentar una prueba académica.

Pero más allá de números y letras, se buscan valores como el respeto, el servicio y la tolerancia, por lo cual su rector asegura que no se han registrado casos de drogadicción, riñas ni embarazos en adolescentes. Un proceso que, según Romero, debe ser colectivo e involucrar alumnos, a profesores y familia. “Parecería que la escuela está cansada de tanta teoría, nuestra estrategia tiene un enfoque humanístico y de gestión participativa, a partir del desempeño óptimo, la evaluación permanente, y el mejoramiento de procesos”.

El tiempo no se detiene, son las 10:15 a.m.

Llega la hora del descanso. Cada curso se fragmenta en pequeños grupos alrededor de la cancha de baloncesto. No hay una lluvia de balones ni algarabía, solo un murmullo acompañado del sonido de paquetes de golosinas y chocolatinas.

45 Minutos después regresan al salón clase.

En una frase: “En Campo David las bases académicas son excelentes. Sin embargo los valores cuentan más que el mismo conocimiento”.

Nicolás González Bogotá, Undécimo grado, Liceo Campo David Quiere estudiar Geología.

Este rector sabe que no todo es perfecto. Que existen fallas y como buen químico propone una fórmula. “La escuela es el espacio más apropiado para la tolerancia del error humano. Un buen educador es aquel que enfrenta y acepta que el primer derecho de un alumno es el de errar”.

Es mediodía, un aroma a restaurante impregna a todo el colegio.

Jonathan Ortiz, del grado décimo, se levanta de su pupitre para tocar el timbre. En ese corto trayecto reconoce que está sintonizado con el modelo educativo que recibe: “La llave es la exigencia, acompañada de compromiso y responsabilidad”.

Pasadas las 3:00 p.m. culmina la jornada.

Retoman su equipaje y regresan a casa. Las caras dejan ver la satisfacción del deber cumplido.

Varias luchas ha tenido que librar Romero en la construcción educativa de cientos de niños y niñas que han pasado por su institución. Él sabe que en algún momento su travesía terminará. Una lágrima y un ligero temblor en la voz intervienen en la conversación: “Sueño que algún día la inequidad en este país no sea tan amplia, que las clases sociales desfavorecidas tengamos una oportunidad de formarnos y de servir de manera honesta a nuestra sociedad”.

Compartir

  • Logo Facebook
  • Logo Twitter
  • Logo Linkedin