Sí, tomar las decisiones correctas también puede llevar a la pobreza
Profesor, Facultad de Economía
Universidad de los Andes
Doctor en Economía, UCLA
Según datos de la Encuesta Longitudinal Colombiana de la Universidad de los Andes (Elca), 66 % de los hogares urbanos en Colombia, en 2016, tuvieron un choque adverso en los anteriores tres años.
Estos choques pueden ser a la salud de los individuos, al ingreso, a los activos, pueden también ser desastres naturales, choques violentos o choques sobre la composición familiar en el hogar, y generan disminuciones en la riqueza de los hogares.
Estos eventos pueden volverse más recurrentes dependiendo de las decisiones de los hogares. Por ejemplo, si un jefe del hogar quedara desempleado (primer choque) y decidiera disminuir la cantidad y/o calidad de los alimentos que provee a sus hijos, podría generar futuros problemas de salud de los niños de ese hogar por malnutrición, lo que constituiría un nuevo choque que dejaría al hogar aún más vulnerable. ¿Quiere decir esto que esta es una decisión irracional que deberíamos evitar?
Para responder esta pregunta es importante caracterizar qué tipo de hogares toman estas decisiones y cuantificar el efecto que tienen sobre la persistencia de estos choques. Luego, podríamos examinar si un modelo con agentes racionales, alimentado con las anteriores estimaciones, puede generar este tipo de respuestas. En una investigación que realizamos junto con Mateo Arbeláez y Leopoldo Fergusson, precisamente exploramos esto usando la Elca.
Lo primero que encontramos es que un hogar que tuvo un choque adverso tiene una probabilidad mayor de 11 puntos porcentuales de que un futuro choque vuelva a afectarlo, cuando se le compara con un hogar que no experimentó un choque antes. Nuestro segundo hallazgo es que los hogares de clase media reducen alrededor de 15 % su consumo en alimentos cuando experimentan un choque adverso, mientras los hogares más ricos usan sus ahorros y los más pobres se endeudan para mantener su consumo.
Nuestra tercera contribución es mostrar que aquellos que redujeron su consumo en alimentos son aquellos que se vuelven más vulnerables a futuros choques (tal como nuestro ejemplo del principio), mientras que aquellos que usaron activos (los más pobres y los más ricos) no aumentan su vulnerabilidad. Pero entonces, ¿por qué la clase media disminuye su consumo, si esto implica una mayor vulnerabilidad?
Para entender este resultado debemos analizar primero los demás tipos de hogares. Por un lado, los hogares más ricos tienen cómo defenderse de choques adversos y mantener sus niveles de consumo altos para evitar una mayor vulnerabilidad, precisamente con la riqueza que ya han acumulado. Por eso no vemos cambios en su consumo, pero sí en sus activos, cuando experimentan un choque. Y si no experimentan un choque aprovechan para acumular activos por si en el futuro deben enfrentar uno.
Ahora vayamos al otro extremo, ¿qué pasa con los hogares más pobres? Estos hogares ya son muy vulnerables porque sus niveles de consumo son muy bajos y por ende la incidencia de los choques adversos es tan alta, que no puede incrementar más. Como esos niveles mínimos de consumo ya no pueden reducirse más (de lo contrario los miembros de este hogar morirían), estos hogares continúan endeudándose para mantener este consumo mínimo cuando experimentan un choque adverso. Por el contrario, si no experimentan un choque adverso van pagando lentamente sus deudas.
¿Y qué hay de la clase media? Estos hogares están frente a la difícil decisión de mantener un consumo alto para ser menos vulnerables a futuros choques, pero con el enorme costo de reducir sus ahorros y endeudarse. Así que mientras puedan usarán los activos para mantener su consumo; pero si ven que estos están decreciendo rápidamente, prefieren reducir su consumo a niveles que lo vuelven más vulnerable.
Esto lo hacen porque tener un consumo alto igual acarrea una probabilidad de tener un choque adverso, así que podrían terminar en el mundo de los hogares pobres con mucha deuda y un choque adverso que enfrentar, el peor de los mundos. Por eso observamos en los datos que toman decisiones distintas a los más pobres y a los más ricos, aunque estas involucren una mayor vulnerabilidad.
En conclusión, los hogares de clase media se ven obligados a tomar decisiones que parecieran “irracionales” porque aumentan su vulnerabilidad, pero al tomarlas están considerando perfectamente los riesgos que estas involucran. Lo hacen porque temen caer en la pobreza y no tener cómo reaccionar frente a posibles choques futuros.
El problema es que este tipo de comportamientos genera trampas de pobreza que pueden perpetuar la vulnerabilidad de los hogares. Para evitarlo se requieren políticas activas del gobierno que alejen a los hogares de estas trampas, ya sea ayudando a los hogares a enfrentar estos choques sin que recurran completamente a sus propios activos o permitiendo que las restricciones al crédito se relajen y no sea tan costoso recurrir a éste.
Son fundamentalmente distintas a las propuestas por Thaler y un buen complemento para estas.
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