Educación transformadora en un mundo en evolución
Tres rectores de las mejores universidades de Latinoamérica hablan de los retos y oportunidades de la educación superior en un mundo cambiante e incierto.
Raquel Bernal, rectora de la Universidad de los Andes
David Garza, rector del Tec de Monterrey
Ignacio Sánchez, rector de la Universidad Católica de Chile
Alianza La Tríada
Educar (del latín educere) significa guiar al individuo fuera de sí mismo para llevarlo a otra realidad, hacia un crecimiento que se orienta a la plenitud de la persona. La educación integral de alta calidad nos permite desarrollarnos como individuos diversos y únicos, y supone un compromiso con nuestro florecimiento como seres humanos, enriquecido por valores fundamentales para el ejercicio democrático, ético y riguroso. La educación, por tanto, se erige como uno de los activos más relevantes en cualquier sociedad, al ser un vehículo para prepararnos frente a lo desconocido. Las universidades, en particular, estamos llamadas a ser esos espacios de encuentro, articuladores, entre formas de ser, hacer y estar, creadores de sociedades incluyentes, diversas y resilientes.
Latinoamérica, con todos sus contrastes, es un lugar privilegiado para la experimentación y aprendizaje, con la necesidad de resignificar la educación y transformarla para volverla relevante y pertinente, así como fortalecerla a través de la investigación y la creación, el diálogo de saberes y la apertura a estudiantes de todos los caminos de la vida, de todas las edades, de todas las proveniencias. La coyuntura actual presenta desafíos significativos para la educación a nivel global, especialmente en la educación superior. Identificamos cuatro desafíos principales: la cuarta revolución industrial, la formación para la ciudadanía en épocas cambiantes, la creciente desigualdad en múltiples dimensiones y los cambios en las expectativas de la juventud.
El primer reto, la cuarta revolución industrial basada en la inteligencia artificial (IA), genera cambios significativos en la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos. La IA nos ofrece grandes oportunidades en múltiples campos de aplicación como salud, energía, cuidado del medioambiente, minería, industria manufacturera, el sistema financiero, el arte y la educación superior, entre muchos otros; y ha conectado al mundo de manera profunda y con implicaciones importantes en las interacciones humanas y la globalización. La IA está transformando la forma en que vivimos y trabajamos, generando la necesidad de adaptación en la educación superior para satisfacer las demandas laborales emergentes.
Las competencias digitales aparecen como una prioridad, para que la tecnología sea un potenciador y complemento de la actividad humana. A la vez, debemos responder no solo para adaptarnos a la tecnología, sino para orientar su desarrollo al evitar los sesgos y garantizar su regulación ética con visión humanística. Esto requiere el fortalecimiento de las artes y humanidades, y de las ciencias sociales.
El segundo reto tiene que ver con el compromiso de las universidades en la formación de personas y ciudadanos ejemplares de sus sociedades. Al igual que los sectores económicos, las sociedades, las democracias y los contextos personales en los que convivimos han cambiado. La formación ciudadana se vuelve crucial en un mundo marcado por crisis climáticas, avances tecnológicos y conflictos globales.
En tercer lugar, y especialmente en Latinoamérica, enfrentamos grandes desafíos asociados a la creciente desigualdad de ingresos en nuestros países, situación que se intensificó a raíz de la pandemia y que con la actual revolución podría exacerbarse. Los países del norte global y las ciudades cuentan con mayores y mejores recursos para que sus habitantes puedan acceder, familiarizarse con la tecnología y sacar el mayor provecho de ella. Si en nuestra región fallamos en atender esta formación, se podría intensificar la diferenciación en el acceso y la generación del conocimiento.
La educación superior debe aspirar a sociedades equitativas y justas, pero enfrenta una crisis de legitimidad debido a la exclusión y la falta de acceso a certificaciones educativas. Crisis que se agrava en muchos países de Latinoamérica, porque el acceso a la educación superior sigue siendo para minorías, y porque muchas personas que ingresan a la universidad la abandonan sin un diploma o una certificación. Esto erosiona la percepción del valor de la educación superior.
Finalmente, las expectativas de las nuevas generaciones son distintas a las de quienes en estos momentos estamos a cargo de su formación. Ellas valoran más la experiencia que el resultado, quieren tener proyectos de vida de alto impacto, no están interesadas en carreras laborales largas o estables. Por la exposición temprana a los dispositivos digitales y a las redes, son personas acostumbradas a la inmediatez y, a la vez, con altísimos niveles de exigencia. Esto tiene implicaciones en la manera como aprenden y las razones por las cuales quieren (o no) adquirir un grado en educación superior.
Las universidades estamos llamadas a responder a estos retos y a profundizar nuestra contribución. Hoy, más que nunca, debemos fortalecer el desarrollo de competencias fundacionales (o transversales), que les permitan a las personas trasegar un mundo cambiante e incierto de manera ética y con genuina voluntad de aportar al bien común. La comunicación, el aprendizaje autodirigido, la creatividad, el pensamiento crítico, la colaboración, la adaptabilidad y la gestión del cambio son algunas de las competencias que las universidades deben fortalecer en las personas para enfrentar la incertidumbre, y que les permitirán avanzar en proyectos de vida diversos, tener mayor movilidad entre ocupaciones y sectores, y aportar a la construcción de sociedades justas, incluyentes y sostenibles.
Tenemos la responsabilidad de transformarnos ante estos cambios desde la creación de nuevo conocimiento, y nuestro rol como formadores de personas a lo largo de la vida. La innovación educativa no solo debe responder a la disponibilidad de nueva tecnología, sino principalmente a que nuestros estudiantes deben ser formados con nuevas habilidades superiores. Esto implicará revisiones permanentes en los programas de pregrado y posgrado, transformar las aulas en espacios de aprendizaje activo, con nuevas plataformas de gestión e integración más flexible, implementar cambios significativos en las metodologías de evaluación, y considerar la diversidad del estudiantado apalancando en la tecnología.
Debemos apoyar los proyectos de todas las personas más allá del período entre los 17 y 25 años de edad. Necesitamos adquirir, ampliar y actualizar competencias a lo largo de toda la vida, no solo para fortalecer perfiles laborales que serán permanentemente cambiantes, sino para apoyar los proyectos de vida personales y fortalecer el compromiso con proyectos sociales compartidos.
Además de ofrecer educación posmedia, en la que cada estudiante podrá diseñar su futuro profesional, la educación superior deberá brindar este tipo de educación con trayectorias flexibles, apilables e incluyentes. Una trayectoria flexible se puede adquirir en cualquier momento y lugar, una trayectoria apilable permite acumular competencias obtenidas a través de diferentes tipos de oferta educativa, y una trayectoria incluyente tiene en cuenta las características del estudiante.
La colaboración entre los gobiernos, el sector privado y el sector educativo es esencial para aumentar el acceso a la educación de calidad a nivel global, garantizando más y mejores oportunidades para que las personas puedan transformar sus vidas, a la vez que se genera impacto sobre el crecimiento económico, el desarrollo global y la equidad. Esto implica el acceso equitativo en todos los niveles educativos al remover barreras existentes para muchos grupos poblacionales, promoviendo la diversidad de experiencias y perspectivas en las universidades.
La inter y multiculturalidad se convierten en elementos fundamentales para el aprendizaje y el impacto en las sociedades. La diversidad aumenta la capacidad de las personas de resolver problemas locales y globales, y aumenta la creatividad y la innovación. Educar para la ciudadanía global también significa formar en el conocimiento del lugar en el que estamos: lo global comienza en casa. Pensamos que para lograrlo es fundamental priorizar la educación inicial, las trayectorias educativas flexibles y la integración tecnológica, como pilares para cerrar brechas de aprendizaje y promover sociedades más justas y sostenibles.
Las universidades debemos seguir desempeñando un papel activo en la formación, investigación y creación que nos permita aportar a las soluciones para los grandes retos que enfrenta la humanidad. La crisis climática, la protección de la biodiversidad, los conflictos geopolíticos y la fragilidad de la democracia, entre otras, requieren un esfuerzo interdisciplinario mucho mayor del que hasta ahora hemos hecho. En este nuevo modelo transformado de la educación superior, las universidades deben ser centros de debate y solución para los problemas locales y los grandes problemas globales, catalizadores de tecnología y generadores de investigación y creación de alto impacto social.
Desde Latinoamérica, podemos conectar con las experiencias comunes del sur global, que trascienden las fronteras geográficas y representan dinámicas compartidas. Tenemos la experiencia y la capacidad de entender y producir conocimiento sobre estas realidades típicamente consideradas superadas por el desarrollo económico, político y social de occidente.
A través de la conexión con los sectores económicos, los gobiernos y la sociedad civil debemos trabajar en alianza con otras universidades e interactuar con diversos actores nuevos en el ecosistema educativo. Al construir alianzas podremos cumplir nuestra promesa de promover el florecimiento de las personas y de contribuir a sociedades justas, equitativas, sostenibles y respetuosas de la diversidad. Latinoamérica requiere de universidades como las nuestras, para afrontar estos desafíos de manera efectiva.